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#Entrelíneas | La felicidad y sus demonios

En México, vivimos tiempos violentos cuyos impactos ya tenemos somatizados. La velocidad con la que vivimos la vida diaria no nos permite ubicar en qué momento se originó la descomposición.
lun 30 octubre 2023 06:10 AM
Hablemos de felicidad en el empleo
Los altos niveles de felicidad que se tienen a nivel privado no conducen a proyectos colectivos. En pocas palabras, podremos derrochar amor, compasión, empatía en nuestras esferas más íntimas, pero todo eso se esfuma cuando abrimos la puerta de nuestras casas, señala Jonathán Torres.

(Expansión) - Las emociones positivas repuntaron en 2022, el aumento global de la infelicidad se estancó, pero las emociones negativas se mantuvieron en niveles récord. La preocupación, el estrés, la ira, son las emociones negativas más dominantes en la población adulta. Según el más reciente reporte global de emociones de Gallup , el dolor físico es uno de los síntomas más recurrentes.

En México, vivimos tiempos violentos cuyos impactos ya tenemos somatizados. La velocidad con la que vivimos la vida diaria no nos permite ubicar en qué momento se originó la descomposición pero, sí, la raíz de la polarización y la sensación de incertidumbre que nos acompañan tienen que ver con el estado de violencia que se ha registrado desde hace ya muchos años, con la corrupción, con las narrativas de descalificación, entre muchas otros factores.

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La cultura del pleito está entre nosotros. Pero, también, la felicidad.

En conversaciones por separado, Lina Martínez, quien ha sido consultora en políticas educativas del Banco Mundial y del BID; así como Roberto Castellanos, investigador en temas de bienestar subjetivo y democracia, ofrecen una valoración sobre nuestros estados de felicidad en medio de todas las circunstancias llenas de cortisol que nos acompañan.

De arranque, uno de los hallazgos más constantes en la literatura académica en esta materia sostiene que, cuando las personas se sienten satisfechas con la vida, se involucran más en procesos democráticos y colectivos, y eso va desde ir a votar hasta ser parte de participaciones comunitarias. Por lo tanto, la gente feliz y satisfecha participa en todas las esferas posibles. Pero, nuestra realidad es otra pues somos muy pobres en términos de construcción colectiva.

Con la colaboración de Lina Martínez y Roberto Castellanos, quienes también se desempeñan como Directora de POLIS (que asesora a gobiernos y empresas con sistemas de evaluación para el bienestar de los individuos) y como Profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, respectivamente, se desgrana esta tesis:

Primero, la felicidad es el término comercialmente usado, pero realmente las teorías académicas gustan más del término bienestar subjetivo, que hace referencia a todo aquello que mejore la calidad de vida de los individuos y que no necesariamente está relacionado con el dinero sino con sus relaciones afectivas; es decir, el ambiente donde vive, la democracia, la posibilidad de participar en procesos democráticos y de sentirse en libertad, y muchos atributos más que están asociados con una buena sociedad.

Algo más: el bienestar subjetivo se vuelve un indicador que nos puede permitir colocar la mirada en temas de desarrollo, incluso de crecimiento económico, que de otra manera quizá no podríamos obtener.

Sin embargo, hoy en el mundo pululan una serie de circunstancias que alteran de alguna forma los niveles de felicidad o bienestar subjetivo en las personas. Las guerras, la violencia, la inseguridad, la polarización política…

América Latina es un caso particular. Los expertos y la literatura alrededor de la materia suelen hablar del “fenómeno latinoamericano” que hace referencia a que, si bien sus economías están lejos de equipararse a las desarrolladas, en términos de bienestar subjetivo y especialmente en la frecuencia en la que sus habitantes experimentan emociones positivas (cuando manifiestan altos niveles de satisfacción con la vida y sienten que su vida tiene propósito), los promedios en toda la región son altos, muy similares a las tasas en países desarrollados. Es decir, los latinos en su mayoría dicen ser felices a pesar de la corrupción, la violencia, el crimen y todas las tempestades que los rodean.

Para lograr un aterrizaje más claro alrededor del “fenómeno latinoamericano”, los expertos recurren a un ejercicio muy simple: cuándo se le pregunta a la gente qué tan feliz está, muy pocas personas piensan en el sistema político, en los impactos que han tenido en su vida las decisiones del presidente o incluso en la corrupción; buena parte de la felicidad latina es explicada por fenómenos privados y las relaciones afectivas, particularmente las familiares. De esta manera, puede determinarse que la felicidad gravita en tres anillos: la familia, los amigos y la comunidad.

Pero, en esta historia hay malas noticias: los altos niveles de felicidad que se tienen a nivel privado no conducen a proyectos colectivos. En pocas palabras, podremos derrochar amor, compasión, empatía en nuestras esferas más íntimas, pero todo eso se esfuma cuando abrimos la puerta de nuestras casas.

Los altos niveles de bienestar subjetivo que se encuentran en América Latina están explicados con lo que los expertos llaman ‘riqueza relacional’, traducida en la fortaleza de sus relaciones más cercanas, pero hay una dicotomía cuando ese bienestar privado no se traduce en procesos colectivos.

“El caso mexicano tiene patrones muy similares a los del resto de América Latina”, afirma Lina Martínez. “De acuerdo con cifras del Inegi, los niveles de satisfacción con la vida son altos. Cuando a los mexicanos se les pregunta qué tan satisfechos se encuentran con la vida, en una escala de 0 a 10, la mayoría está en niveles de 8-8.5, pero también son sensibles a factores como las elecciones, la corrupción o los fenómenos naturales”.

¿Qué pasa con los mexicanos? ¿Cómo es que pueden estar felices cuando viven, por ejemplo, una de las etapas más violentas? “Yo tiendo a pensar que la sociedad mexicana se ha vuelto individualista pero, también, depende mucho de sus lazos más estrechos”, complementa Roberto Castellanos.

Bajo estos entornos, y aunque haya narrativas que sigan alimentando la polarización, hay pasos a seguir para que la construcción de individualidades nos permitan la construcción del colectivo.

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Aquí solo algunos:

Uno, reconocer que tenemos una cancha ganada con los altos niveles de bienestar subjetivo que registramos. Dos, dejar de pensar que la tierra prometida es aquella en la que vivamos en un estado permanente de felicidad, lo cual no solo es imposible sino indeseable. Tres, abrazar el conflicto y reconocerlo como una condición para buscar una mejor situación.

Cuatro, que los medios dejemos de exprimir el negative bias del cerebro con el único afán de vender noticias. Cinco, al gobierno le toca generar las condiciones de acceso a satisfactores sociales que sabemos que van a ayudar a mejorar los niveles de bienestar.

Por último, asumir la responsabilidad en términos de educación política lo que implica, entre otras cosas, despertar el interés de los individuos en la gestión pública desde el sistema educativo. La pedagogía básica tendría que partir de aquello que permita a las personas saber hasta dónde puede llegar un gobierno, para dejar de buscar mesías que presumen ser los salvadores de la patria y resolver los problemas en muy poco tiempo.

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La felicidad es una narrativa muy nueva. Los padres de la Generación X querían que sus hijos fueran buenos estudiantes, obedientes, que no se metieran en problemas. Ahora, los padres de la Generación Z quieren que sus hijos sean felices. Así, la felicidad se ha convertido en el evangelio de los nuevos tiempos.

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Nota del editor: Jonathán Torres es socio director de BeGood, Atelier de Reputación y Storydoing; periodista de negocios, consultor de medios, exdirector editorial de Forbes Media Latam. Síguelo en LinkedIn y en Twitter como @jtorresescobedo . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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