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La agenda nacional

(El presidente) tiene la fecha de caducidad inscrita en la frente y no falta mucho para que le apaguen el micrófono.
vie 19 enero 2024 06:06 AM
La agenda personal
En el último año suelen emerger eventos que empañan la gestión del saliente, éste no será la excepción, habrá pifias y sinsabores, ya que, le guste o no al tabasqueño, tiene el tufo de lo que ya expiró, apunta Gabriel Reyes Orona.

El que mucho se despide… no se ha dado cuenta de que ya se fue. El presidente ha emprendido una campaña de reformas propias del inicio de un sexenio, a pesar de que el tiempo de su administración, en lo presupuestario, ha concluido. Sus iniciativas toparán con legisladores que no dilapidarán capital político de manera infructuosa, bien, porque ya están en las listas, o porque se les negó el acceso a ellas. Es cierto que aún conserva la banda, pero sólo la tiene para entregarla a quien resulte ganador del proceso comicial en poco más de ocho meses.

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En el último año suelen emerger eventos que empañan la gestión del saliente, éste no será la excepción, habrá pifias y sinsabores, ya que, le guste o no al tabasqueño, tiene el tufo de lo que ya expiró. No es casual que la maquinaria deje de operar, los funcionarios, aunque lo traten con veneración, poco caso le harán, tienen los ojos puestos en el futuro. Habrá caravanas y discursos, pero todo mundo sabe que ya presidió su último desfile. Tiene la fecha de caducidad inscrita en la frente y no falta mucho para que le apaguen el micrófono.

Abundarán inauguraciones, visitas y giras de despedida, pero los ojos están puestos en quienes ostentan una candidatura, dado que sería, más que ingenuo, aquel que trate de concretar algún proyecto con quien tiene como función constitucional, efectiva y destacada, el calentar la silla mientras se decide quién le sustituirá.

Las obras y proyectos que se llevarán a cabo están ya previstos en el Presupuesto de Egresos Federal, por lo que cualquier propuesta, a partir de ahora, no será sino ocurrencia, y cuando más, una sugerencia para quien le sustituya en la silla. En el argot popular, a esas se les conoce como llamados a misa.

Un buen día de éstos se preguntará qué pasa, por qué su palabra dejó de ser el rayo fulminante que los mortales temían. Se dará cuenta entonces que los intereses en las tribus le superan. Habrá llamadas de atención, tras múltiples excusas y disculpas, pero todo mundo sabe que cuatro meses son un suspiro. La prudencia aconsejará paciencia. Silenciosamente cada día será menos presidente que el día anterior.

Dirá, recordando al Rey Sol, que el movimiento es él, sin embargo, su agenda se llenará de fechas tentativas para ver realizados sus delirios. Se invertirá el orden, los funcionarios pondrán su agenda por encima de la de su jefe, y éste enfurecerá. No faltarán correctivos, echará de su corte a quien escoja como chivo expiatorio, pero nada cambiará. El secreto a voces será contundente: no hay que enfrentarlo, sino capotearlo.

Será aclamado, y hasta venerado, el besamanos se volverá costumbre, pero, cuando diga que se haga la luz, la CFE le dará mil explicaciones técnicas, y dirán que la solución es comprar o hacerse de lo que no pudieron echar a andar en cinco años.

En el primer semestre de este año será letal encontrarse en su radar como un buen objetivo de medidas ejemplares, pero, tras la votación, prácticamente cualquier medida que tome precisará de la confirmación o validación de su sucesor, quien, para ese entonces, ya no le necesitará para hacerse del poder. Será ahí cuando paladee, una vez más, el amargo sabor de ser hecho a un lado, de volver a ser el furibundo, pero testimonial, caudillo sin corona. Desde luego, se asumirá, inútilmente, como víctima de un complot. Dolorosamente recordará que la miseria humana es ilimitada.

Enfermará entonces de decretitis crónica y aguda. Verá en la revocación de mandato la vía para imponerse a quien haya resultado vencedor de la jornada electoral, buscando con ello restaurar el poder diluido. Las demandas de amparo serán torrenciales, pero la enjundia estatal para sostener las draconianas medidas tendrá como horizonte más lejano el último informe de gobierno. Maromas y machincuepas procesales resultarán buena opción para aguardar el cambio. Cuando llegue la nueva narrativa oficial, todos dejarán de respaldar las patadas de ahogado.

Mirará hacia la Fiscalía, buscando la luz que ilumine su camino y el de los suyos, pero no verá sino una tenue llama extinguiéndose. Volteará hacía las fuerzas armadas, pero, en unos cuantos meses, las invisibles estrellas que le hacían jefe de las fuerzas armadas emprenderán el vuelo siguiendo a la investidura, la cual, para entonces, será ajena.

Ahí entenderá a López de Santa Anna. Será tarde, sabe que el castillo de arena que llamó 4T no requiere sino el empuje de la más somera ola, para desmoronarse. Su administración no soporta el más ligero vendaval, por eso dinamitó la idea de ser reelecto. Pensará entonces que una anulación de la elección le permitiría conservar el poder hasta replantear el tablero, pero eso resultaría contrario a los intereses de las hordas que hasta ahora le obedecen. Tendrá que asumir que enfrentarlas es una vereda peligrosa, que no llega lejos.

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La nulidad de la elección ha sido uno de los escenarios que ha imaginado, pero es claro que no lo ha sopesado suficientemente, ya que los mercados financieros; los intereses creados, y la candidata que resulte triunfadora, no la aceptarán fácilmente. Los potentados que hasta hoy han sabido tripularlo, en provecho de sus estados financieros, concluirían que así no resulta garante del valor de sus activos, y, uno a uno, lo irían dejando sólo.

La curva de declinación del poder es inexorable, pero no se trata de un estadista que lo entienda y acepte con serenidad. Su protagonismo aflora todos los días, y se asume como personaje histórico ajeno a las acusaciones y a los procesos incriminatorios, pronto caerá en cuenta que ni lo uno, ni lo otro.

Por ello la alegórica marcha que se anuncia para el mes de febrero debe ser distinta a las anteriores, debe ser evento que congregue a los mexicanos para escuchar una nueva narrativa, a conocer una plataforma de gobierno alternativa a la que pretende perpetuarse. El logro buscado no debe ser numérico, sino cualitativo, se trata de fijar un mensaje potente y convincente que invite a rebosar las urnas. Nadie recuerda a Cristo en su marcha hacía la montaña, sino el sermón pronunciado en ella.

Las marchas anteriores fueron afluente que chocó contra las rocas de un discurso obsoleto, hueco y carente de propuestas de gobierno, quisieron jugar al juego del residente de palacio. Sólo adjetivos e intentonas de ideología recibieron a personas cuya meta apenas fue llegar al Zócalo, cuando debió ser el integrarse a una fuerza política renovada, la cual, faltó a la cita.

A pocas semanas de la elección, no existe una propuesta tangible y digerible, formulada por eso que dicen constituye la oposición, cuyos promotores piensan que armar listas de legisladores, así como formarse para ser parte de un gabinete, es la tarea que pesa sobre sus hombros.

Hasta un rústico político del sureste entendió que la población se afilia y casa con propuestas llanas y concretas. Su campaña transitó repitiendo, en el lugar y momento adecuado, las promesas que fijó como mantras de su ideario. Abandonar en manos de organizadores de masas humanas la cruzada política en ciernes, sería el último de los errores del frente. Requieren, urgentemente, a quienes puedan escribir una sencilla, pero determinante agenda nacional, que haga que los mexicanos apuesten a intentarlo de nuevo.

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Nota del editor: Gabriel Reyes es exprocurador fiscal de la Federación. Fue prosecretario de la Junta de Gobierno de Banxico y de la Comisión de Cambios, y miembro de las juntas de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores y de la Comisión Nacional de Seguros y Fianzas. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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