Pero no es así. Detrás de cada nueva tecnología y producto revolucionario -como aviones o computadoras- hay miles de personas que aportan su talento, inteligencia y habilidades para crear algo de valor.
Desde luego, la innovación exige del trabajo colaborativo. Si bien ha habido genios como Leonardo Da Vinci o Nikola Tesla, la mayor parte de la creatividad se traduce en avances científicos y tecnológicos, mediante la cooperación entre individuos.
El punto es que el progreso humano no se da por generación espontánea: requiere de ideas, proyectos, trabajo y superación continua. La historia es cambio, pero dicha evolución se impulsa a través de las acciones de mujeres y hombres.
Como escribiera Isaac Newton, solo es posible alcanzar nuevos horizontes de conocimiento y ciencia cuando nos montamos sobre hombros de gigantes, que ya han recorrido algún trecho significativo al servicio del progreso de la sociedad.
Con la anterior frase, el célebre Newton se refiere a que la humanidad se supera a sí misma cuando aprovecha los avances de sus antecesores generacionales, y propone nuevas fórmulas para mejorar aquello que ya existe.
En otras palabras, la innovación no necesariamente pasa por descubrir el hilo negro ni el agua tibia, sino que consiste en un proceso complejo y constante de acumulación de conocimiento.
El desarrollo en los campos de la empresa, la educación, las artes, y demás actividades humanas, implica por fuerza cuestionar paradigmas, con el propósito de perfeccionar el modo de hacer las cosas, para obtener mejores resultados.
Asumir que el progreso es ineludible, independientemente de las acciones que emprendamos es sumamente peligroso. Cuando hay estancamiento en la ciencia y la tecnología, incluso puede llegar a asomarse el fantasma del retroceso.
El humano es inherentemente creativo y deseoso de trascender, pero la única forma de que construyamos modelos de sociedad más funcionales es trabajando para que tal cometido se materialice en logros medibles.
Por ello es imprescindible apostar por la educación. Es comprobable que los países con bajo desempeño escolar, tienen mayores niveles de rezago en materia económica, por ejemplo.
En cambio, en aquellas sociedades que fomentan de modo activo la formación educativa, la innovación y el emprendimiento, los beneficios son palpables, pues cuentan con una calidad de vida superior, menores índices de delincuencia y mayor bienestar social.
Toda persona dispone de talento y está llamada a contribuir al progreso de la humanidad. Por supuesto, cuando las aptitudes y virtudes individuales se suman a las de otros humanos, el impacto es mucho mayor en el entorno.