Sin embargo, la humanidad contemporánea aún continúa enfrentándose en conflictos bélicos, promoviendo discursos de odio, y perpetuando expresiones de violencia nocivas para la convivencia social.
¿Cómo es posible que a pesar del conocimiento que hemos ido acumulando generación tras generación sigamos con tendencias autodestructivas? Desde luego hablamos de un fenómeno complejo que exige una mirada amplia desde diversas disciplinas como historia, sociología, economía y política.
No obstante, hay un elemento que sí podemos observar una y otra vez en cada episodio de violencia del pasado o del presente: el no reconocimiento del “otro” como un ser humano con la misma dignidad, derechos y libertades que “yo”.
Ya sea que la guerra haya sido provocada por motivos religiosos, nacionalistas, culturales o económicos, detrás suele haber una mirada al supuesto enemigo como alguien “inferior” o “no digno”.
Dicho de otro modo, deshumanizar a “los otros” es lo que conduce a los hombres y mujeres a cometer las peores atrocidades y alcanzar el cinismo de justificarlas. La experiencia así lo dicta -basta con recordar la esclavitud, el Holocausto Nazi o el Genocidio en Ruanda-.
Ahora bien, no hace falta emprender crímenes graves para caer en esta dinámica que divide a la sociedad. Cuando no reconocemos a los demás como nuestros “pares” por diferencias de cualquier índole -pueden ser de raza, género, o condición económica-, contribuimos a crear lo que he llamado “la grieta”.
Escojo este término porque una “grieta” implica separación, y lo que genera la actitud de encono entre personas o grupos de personas es precisamente una división que tiende a profundizarse en la medida en que se retroalimenta negativamente.
Son múltiples los factores que parecen haber exacerbado la “grieta” en los últimos años. El primer paso para revertir está situación es identificar los más relevantes y reflexionar sobre ellos en su justa dimensión.
Por un lado, desde luego, el desarrollo de la industrialización y el auge democrático no se han traducido de manera efectiva en un estado de bienestar para todas las personas. Aunque defiendo los valores del esfuerzo, el trabajo y el mérito, sí considero inaceptable que haya tanta gente en pobreza extrema en pleno 2025.
Esta precariedad y brecha de desigualdad económica naturalmente crea inestabilidad social, problemas de inseguridad, un ambiente de desconfianza entre sectores de la sociedad y discriminación -la lista puede extenderse-.
No se trata de instaurar teorías comunistas -que tanta miseria han causado en el mundo-, sino impulsar un capitalismo humano y responsable que vea por los grupos más vulnerables estableciendo condiciones mínimas de derechos materiales. La auténtica prosperidad es la que no deja a nadie atrás.
Otro aspecto es el discurso político que emplean ciertas figuras populares para acceder al poder mediante la movilización de masas. Este tipo de políticos irresponsables han ido ganando terreno alrededor del mundo con líneas narrativas que pretender dividir a las sociedades entre una supuesta “élite siniestra” y un “pueblo puro” de “gente buena”.
El discurso, además de infantil es peligroso, porque el populista dice encarnar al “pueblo”, de tal suerte que todo aquel que le apoye es automáticamente “bueno”, mientras que cualquier oposición se torna por definición “mezquina” y “contraria al interés del pueblo”. La narrativa populista es la supuesta batalla épica del bien contra el mal, y su desenlace, por tanto, puede ser violento.
Un último factor es el conocido como la política identitaria. Esto se refiere a las causas segmentadas que movilizan a grupos determinados de personas a luchar por el reconocimiento de sus derechos.
En principio esto no está mal, puesto que la mayoría de los derechos conquistados a lo largo de la historia son producto de movilizaciones y luchas -recordemos el derecho de las mujeres a votar en los países occidentales-.
Lo que a autores como Francis Fukuyama o Susan Neiman preocupa de la política identitaria es el riesgo de aislamiento o desconexión entre los diferentes segmentos con causas legítimas, lo cual puede derivar en la anulación de vasos de comunicación y colaboración.