El futuro ya llegó. El cambio tecnológico acelerado no es una posibilidad, es una realidad que está transformando el trabajo a una velocidad sin precedentes. En todo el mundo, tractores autónomos reemplazan jornaleros en los campos, asistentes virtuales sustituyen ejecutivos en atención al cliente en todo tipo de empresas y servicios, y algoritmos gestionan tareas que antes eran impensables sin intervención humana.
Democratizar el conocimiento es la base del desarrollo futuro

Para 2030, 92 millones de empleos habrán desaparecido, una cifra comparable a casi la mitad de la población de Brasil. ¿La razón? La brecha que genera integración de la automatización, la robótica y la inteligencia artificial (IA) y diversos cambios en la demanda del mercado.
Por ello, la pregunta no es si el acelerado avance tecnológico está destinado a transformar radicalmente las economías y a impactar significativamente en el futuro de la fuerza laboral, sino quién estará preparado para adaptarse y quién quedará fuera, pues en los próximos cinco años experimentaremos un cambio significativo e inédito en el mercado laboral.
Para 2030, casi la mitad de las tareas agrícolas podrían estar automatizadas, reduciendo la necesidad de trabajo manual e incrementando la demanda de trabajadores altamente capacitados que puedan operar y gestionar estas tecnologías avanzadas. Lo mismo ocurre en el sector servicios, donde la IA y la robótica seguirán avanzando sin freno, perpetuando la desigualdad y separando a quienes tienen acceso al conocimiento de quienes no.
Este panorama nos obliga a redefinir la estabilidad laboral en América Latina, donde gran parte de la población aún depende de trabajos manuales en riesgo de desaparecer o que son de baja cualificación. Y no es solo un problema de empleo, sino de exclusión social.
Porque la falta de oportunidades no se mide solo en estadísticas, sino en historias reales, humanas: trabajadores migrantes que dependen de empleos estacionales que pronto desaparecerán, jóvenes sin formación que se enfrentan a un futuro sin opciones, comunidades atrapadas en economías informales, sin posibilidad de reinventarse.
En varios países de América Latina, las remesas son una de las principales fuentes de contribución al PIB. Sin embargo, millones de personas en los sectores rurales y de servicios carecen del acceso necesario a la educación y formación para participar plenamente en la economía digital. Sin intervención, la desigualdad se profundizará, empujando a más jóvenes hacia la pobreza, la migración y una mayor inestabilidad social.
De ahí que la solución no está en frenar el cambio tecnológico, sino en garantizar que nadie quede atrás. El reto es transformar el acceso al conocimiento en la nueva base del desarrollo económico. Esto implica dos cambios urgentes: modernizar las pequeñas y medianas empresas (pymes) y reformular la educación para priorizar habilidades clave.
Las pymes son el motor económico de América Latina, aportan poco más de la mitad de los empleos, pero muchas operan con modelos de negocio que no han evolucionado en décadas. Ante ello, necesitamos apoyarlas en su transición de modelos de servicio tradicionales a servicios basados en el conocimiento y de valor agregado, porque la digitalización no puede seguir siendo un privilegio de las grandes corporaciones.
Por ejemplo, iniciativas como las cooperativas de café en Colombia, que han integrado tecnología blockchain en sus cadenas de suministro, demuestran que la innovación tecnológica no está reservada exclusivamente para Silicon Valley. Estos modelos generan empleo basado en el conocimiento y fortalecen las economías locales. No obstante, sin un plan estructurado, la automatización podría eliminar más puestos de los que crea.
El segundo punto es más radical: la educación tiene que dejar de preparar a las personas para trabajos que ya no existen. Las empresas no buscan títulos, buscan mentes críticas. En un mundo donde la IA toma decisiones en segundos, la clave para mantenerse relevante es desarrollar, en los jóvenes y en aquellos en riesgo de desplazamiento, habilidades críticas, el pensamiento sistémico, la planificación a largo plazo, la creatividad y la resolución de problemas. Es decir, es necesario y urgente ir más allá de los sistemas educativos actuales, que siguen atrapados en modelos del siglo pasado.
El avance del reloj juega en contra de quienes aún no han tenido acceso a estas herramientas. La automatización, la robótica y la IA no van a esperar a que la región se ponga al día. Sin acceso a educación innovadora, la brecha entre quienes dominan la tecnología y quienes quedan relegados por ella solo crecerá aún más.
El cambio tecnológico acelerado redistribuye el poder en el mundo laboral. Si no encontramos la manera de evolucionar con éste, la exclusión será aún más profunda. En un continente donde la informalidad y la desigualdad son barreras estructurales, permitir que la brecha se amplíe solo agravará la crisis. Apostar por el conocimiento no es una opción, es la única vía para evitar que millones queden al margen del futuro. Y el tiempo se nos acaba.
____
Nota del editor: Mariana Levet es Directora Ejecutiva de Impulsera. Síguela en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión