El riesgo de una interrupción en el Estrecho de Ormuz ha reactivado uno de los escenarios más temidos para la logística internacional: un cuello de botella en uno de los pasos marítimos más estratégicos del planeta. La posibilidad de que Irán recurra a tácticas como el minado naval, ataques con misiles costeros o el hostigamiento con embarcaciones rápidas ha llevado a navieras, aseguradoras y operadores logísticos a tomar medidas preventivas.
¿Y si Irán cierra el Estrecho de Ormuz?

Ya se observan desvíos de rutas, ajustes en pólizas y costos adicionales que, inevitablemente, se trasladarán a los consumidores. Esta tensión, que hasta hace unos días parecía lejana, comienza a materializarse en forma de mayores tiempos de tránsito, tarifas elevadas y nuevas presiones sobre la estabilidad del comercio global.
El Estrecho de Ormuz, con apenas 33 kilómetros de ancho en su punto más angosto, representa una arteria crítica para el sistema logístico mundial. Por allí transita cerca del 20% del petróleo y una cuarta parte del gas natural licuado que se comercia por vía marítima. Su importancia trasciende el ámbito energético: cualquier alteración tiene efectos directos sobre los flujos globales de mercancías, los costos logísticos y la resiliencia de las cadenas de suministro.
No hay cadenas de suministro sin energía. Cualquier interrupción en el suministro de petróleo, gas o combustibles intermedios desencadena efectos dominó: desde el aumento en los costos de transporte hasta la escasez de insumos clave para la industria. Un cierre real, o incluso la percepción de uno, eleva el precio del crudo, dispara las primas de riesgo en el transporte marítimo y obliga a rediseñar rutas con mayor tiempo y costo logístico.
Esto implica reconfigurar rutas, sumar días de tránsito, renegociar tarifas de seguros y activar planes de contingencia. Para los consumidores, el efecto final es una mezcla de inflación, retrasos y escasez.
De Medio Oriente al anaquel
Las cadenas de suministro están tan interconectadas que una disrupción en el Golfo Pérsico puede alterar, por ejemplo: la entrega de fertilizantes en Sudamérica o la de componentes electrónicos en Europa o Asia. En un mundo que aún lidia con los efectos del conflicto en Ucrania, las interrupciones en el Canal de Suez y los retrasos en el Canal de Panamá, Ormuz se suma como un nuevo punto de vulnerabilidad.
Los grandes cargueros podrían verse obligados a evitar rutas cercanas a Irán, lo cual prolongaría tiempos de tránsito y limitaría la disponibilidad de espacio marítimo. Esta disrupción afecta particularmente a las industrias sensibles al tiempo: lo que tarda más en llegar, también costará más.
El cierre o incluso el hostigamiento a embarcaciones en Ormuz puede provocar escasez de materias primas críticas, generar interrupciones en flujos de producción y obligar a las empresas a recurrir a inventarios de seguridad. Esto complica aún más las operaciones en sectores que ya enfrentan altos niveles de incertidumbre.
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Las aseguradoras marítimas elevan sus primas cuando las rutas pasan por zonas de conflicto, lo cual incrementa aún más los costos de flete. A esto se suma la volatilidad cambiaria y la especulación financiera que suele acompañar las crisis energéticas. En conjunto, estos factores terminan reflejándose en el precio de los productos finales y en la estabilidad de la oferta.
¿Qué podemos esperar?
Aunque México no depende directamente de los hidrocarburos que transitan por el estrecho, su economía sí depende de los insumos globales que podrían encarecerse o retrasarse: fertilizantes, productos químicos, componentes electrónicos y bienes intermedios utilizados en el sector automotriz, aeroespacial y agroindustrial.
Además, como país importador de gas y derivados del petróleo, el aumento en precios internacionales impactaría los costos energéticos locales, reduciendo márgenes para las empresas y aumentando los precios al consumidor.
Los consumidores debemos prepararnos para un nuevo ciclo de incertidumbre en precios y disponibilidad. Las empresas, por su parte, tendrán que revisar sus estrategias de abastecimiento, diversificar rutas y reforzar inventarios críticos.
La economía global funciona como un sistema circulatorio. Cuando se bloquea una arteria como el Estrecho de Ormuz, la presión sube en todas partes. Las consecuencias no serían uniformes, pero sí inevitables. Por eso, la pregunta no es si nos afecta, sino cuánto y por cuánto tiempo estamos preparados para resistir este tipo de amenazas.
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Nota del editor: Bertha Martínez Cisneros es profesora-investigadora en Cadenas de Suministros Sostenibles, Logística Inversa, Comercio Transfronterizo y Economía Circular de CETYS Universidad. Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente a la autora.
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