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México ante el tope a las tasas de intercambio: un momento para reordenar, no para resistir

La reducción del ingreso por transacción obliga a transitar de un modelo que monetiza el movimiento a uno que monetiza la inteligencia, la eficiencia y la integración.
mar 30 diciembre 2025 07:01 AM
El FMI prevé una contracción de la economía mexicana en 2025
Nuestro ecosistema ha demostrado creatividad, velocidad y capacidad de adopción, pero también arrastra procesos costosos, estructuras que crecen más rápido que la eficiencia y una fragmentación que dificulta capturar economías de escala, considera (ronniechua/Getty Images/iStockphoto)

El anuncio de posibles ajustes a las tasas de intercambio llega a un momento clave para el ecosistema de pagos en México. No porque amenacen la operación del sector, sino porque obligan a examinar con mayor rigor aquello que, durante años, se dio por sentado. La regulación no está reconfigurando al sistema; simplemente está acelerando un proceso que ya venía en marcha: la necesidad de que las empresas definan con precisión dónde está su verdadero valor.

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En un mercado como el mexicano, donde conviven estructuras tradicionales, innovación ágil, costos operativos elevados y una competencia cada vez más intensa, los topes no operan como restricción, sino como catalizador. No modifican la esencia del negocio, pero sí evidencian su arquitectura. Y esa evidencia obliga a un tipo de reflexión que pocas industrias hacen de manera voluntaria.

Si algo caracteriza al ecosistema mexicano es su capacidad para crecer incluso en contextos complejos; sin embargo, buena parte del sector construyó su escala sobre un componente de ingreso que, por naturaleza, siempre ha sido regulable. No se trata de cuestionar su legitimidad, sino de reconocer que su estabilidad nunca estuvo garantizada y cuando una fuente central de rentabilidad puede cambiar por decisión normativa, lo relevante no es la norma: es la resiliencia del modelo.

La discusión de fondo no es si los topes afectarán a algunos jugadores más que a otros. Lo trascendente es que revelan cuáles estructuras estaban preparadas para competir con márgenes ajustados y cuáles dependían de un mecanismo que funcionó como amortiguador durante años. En mercados más maduros, como señalan análisis del BIS y del European Payments Council, el ajuste al interchange obligó a redimensionar el valor agregado, no la operación básica. Las compañías que asumieron esa transición fortalecieron su posición. Las que se resistieron quedaron atrapadas en su propia inercia.

México entra a esta conversación con particularidades que la vuelven especialmente relevante. Nuestro ecosistema ha demostrado creatividad, velocidad y capacidad de adopción, pero también arrastra procesos costosos, estructuras que crecen más rápido que la eficiencia y una fragmentación que dificulta capturar economías de escala. Estas tensiones no las genera la regulación, simplemente se vuelven más visibles cuando el margen se estrecha.

Por eso, el debate real no está en la viabilidad del tope, sino en la capacidad del sector para reorganizar sus prioridades. La reducción del ingreso por transacción obliga a transitar de un modelo que monetiza el movimiento a uno que monetiza la inteligencia, la eficiencia y la integración. Ese es el cambio estructural que ya venía gestándose y que ahora adquiere urgencia.

En este nuevo escenario, la pregunta relevante no es cómo absorber el impacto, sino cómo transformar el modelo operativo para que el impacto sea irrelevante. Y aquí es donde México tiene una oportunidad singular: la combinación de mercado amplio, adopción acelerada, infraestructura en evolución y una comunidad fintech que sabe iterar con rapidez. Lo que falta no es creatividad, sino enfoque.

Hacia 2026, el ecosistema mexicano tendrá que demostrar que puede sostener su competitividad sin depender de variables que no controla. Eso implica replantear procesos internos, encontrar eficiencias que durante años se pospusieron, construir valor desde la integración de servicios y apostar por ecosistemas que diluyan costos en lugar de multiplicarlos. No es una corrección técnica, es una redefinición estratégica.

La regulación no determina quién gana o pierde. Lo que hace es ordenar el tablero para que cada empresa revele la solidez de su propuesta. Es ahí donde se verá quién ha construido capacidad estructural y quién sólo ha escalado volumen. No se trata de resistir, sino de demostrar.

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Porque el verdadero cambio no ocurre cuando se topan las tasas, sino cuando cada compañía reconoce que su rentabilidad futura dependerá menos del porcentaje por transacción y más de la densidad del valor que puede crear alrededor de ella.

Y aquí queda abierto el punto más crítico para la industria mexicana: si las tasas de intercambio dejan de ser el eje silencioso del margen, ¿dónde encontrará cada empresa el sustituto estructural de esa rentabilidad?¿En la eficiencia? ¿En la inteligencia de datos? ¿En la integración? ¿En modelos colaborativos? ¿O en una transformación que, hasta hoy, se consideró opcional?

La regulación ya hizo su movimiento. El siguiente lo tiene que hacer el mercado.

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Nota del editor: Las opiniones publicadas en esta columna corresponden exclusivamente al autor.

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