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Las palabras de Alberto Fernández son muestra del particular racismo argentino

En el país sudamericano incluso las capas más progresistas no pueden evitar mostrarse "orgullosas" de su "herencia europea” para diferenciarse del resto de Latinoamérica, de origen indígena.
vie 11 junio 2021 11:06 AM
El miércoles, al presidente de Argentina, Alberto Fernández, no se le ocurrió mejor idea que afirmar que los mexicanos "vienen de los indios" y que los brasileños salieron "de la selva”. La anécdota sirve, sin embargo, para repasar algunos elementos detrás del particular "racismo" de los argentinos.
En efecto, los segmentos de la población indígena y afroamericana en Argentina son, en general, más pequeños que en otros países de América Latina.

Nota del editor: Marcelo Raimon en un periodista argentino y dirige el portal IsraelEconómico. Lo encuentras en Twitter como @mraimon

BUENOS AIRES- A esta altura, es prácticamente una regla: Argentina solamente puede ser noticia a nivel internacional por algún acontecimiento negativo, un suceso bizarro o pintoresco. Si no son los regates de Lionel Messi se trata de los desplantes de Diego Maradona. O un nuevo default con el Fondo Monetario Internacional o los records de muertos por la pandemia de coronavirus.

Esta semana, el país volvió a estar —después de un largo tiempo de “tranquilidad”— en las portadas online de los medios más famosos del mundo, desde el New York Times al Washington Post , pasando por The Guardian y la CNN.

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¿El motivo? Ni siquiera haría falta mencionarlo porque este miércoles inundó internet y las redes sociales con millones de comentarios y memes: al presidente de Argentina, Alberto Fernández, no se le ocurrió mejor idea que afirmar que los mexicanos "vienen de los indios" y que los brasileños salieron "de la selva”.

Pasado el estupor por las palabras que un zalamero Fernández pronunció ante el jefe del gobierno de España, Pedro Sánchez, para generar algún tipo de conexión racial —afirmando que los argentinos "venimos de los barcos" de inmigrantes llegados desde Europa—, la triste anécdota sirve, sin embargo, para repasar algunos elementos detrás del particular "racismo" de los argentinos.

Este es un país donde incluso sus capas más progresistas no pueden evitar mostrarse "orgullosas" de su "herencia europea". Se trata de un concepto con trazas de realidad y que siempre sirvió para diferenciarse del resto de la América Latina "pobre, india y negra”.

A los argentinos nos gusta sentirnos parte de la "patria grande", pero siempre y cuando se reconozca que somos los "hermanos blanquitos" en el continente.

Las poblaciones indígena y afrodescendiente son invisibilizadas

La porción de realidad en ese discurso es que, en efecto, los segmentos de población indígena y afroamericana son en general más pequeños que en otros países de la región.

Cuando llegaron aquí los conquistadores no se encontraron con masivas comunidades nativas organizadas como ocurrió en el Perú con la nación Inca o en México con el imperio de los aztecas. Y aunque hubo focos de resistencia por parte de algunos pueblos originarios, las matanzas y la asimilación forzada fueron arrasando con la presencia indígena.

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El golpe final fue la célebre campaña de la Conquista del Desierto, que entre 1878 y 1885 desplazó con las armas a los más guerreros nativos de la Patagonia, para terminar entregando gigantescas porciones de tierra a un puñado de argentinos de origen europeo.

La invisibilización de los negros fue un proceso más "sútil". Muchos historiadores señalan que la fuerte presencia de afroamericanos en el país, en especial en Buenos Aires, comenzó a diluirse cuando las autoridades enviaron a miles de varones de raza negra al frente de batalla en la sangrienta Guerra de la Triple Alianza de 1864-1870 que enfrentó a la Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay.

Entre esta crueldad demográfica y el relato "unificador" nacionalista, los nativos y los afroamericanos se fundieron aquí en el mestizaje con inmigrantes pobres para crear al popular "negrito argentino", un concepto que se pretende benigno pero está cargado de discriminación, no tanto racial como económica.

En efecto, la propia Eva Perón, quien hizo verdaderos méritos para convertirse en campeona de los pobres, llamaba a las masas de proletarios —con indudable cariño naïve de su parte— "mis cabecitas negras".

Si se habla de Evita, se hace complicada la crítica. Pero cuando se llega al presidente Fernández, es mucho más sencillo. La población en general, y la clase dirigente en particular, siguen creyendo aquí en el mito del "negrito" bueno, liderado hacia la grandeza nacional por los blancos "esclarecidos", que pueden ser de derecha, izquierda o peronistas.

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El concepto se extiende también hacia el resto de América Latina: los argentinos somos los "blanquitos" privilegiados —muchos descendientes, por supuesto, de harapientos inmigrantes que llegaron desde España, Rusia, Italia o Siria— en un continente lleno de "negritos simpáticos”.

Por esto, las palabras de Fernández pueden no ser tomadas como un comentario racista explícito, sino más bien como una expresión de la mezcla de arrogancia e ignorancia que muchas veces es la marca registrada de los argentinos.

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"La sociedad argentina es tan racista que ni siquiera se da cuenta de su racismo", explicó el investigador Daniel Mato, un experto que trabaja para la Unesco en una entrevista del año pasado con la agencia estatal de noticias Télam. "Lo tiene 'naturalizado', lo que indica cuán racista es", completó.

En Argentina se desprecia por la condición socioeconómica, no se odia por el color de la piel.

Aquí un mestizo de origen criollo puede ser el albañil al que se mira de manera sospechosa porque es pobre o el ídolo del fútbol que llena estadios y embolsa millones. El argentino de origen italiano o español será, dependiendo de la ocasión, un verdadero y valioso producto local o un "tano bruto" o un "gallego amarrete".

Y aquel de religión hebrea será el cariñoso "Rusito" o un "judío piojoso”.

El presidente Fernández, al igual que la enorme mayoría de la clase política y la élite económica, no se eleva por encima de esta tara argentina.

Por eso, queridos amigos y amigas mexicanos y brasileños, muchos argentinos les pedimos disculpas: por demasiado tiempo nos creímos blancos y terminamos convertidos en el vecino pobre que no se da cuenta de que es pobre y vive de su esplendor pasado, condescendiente y engañandose a sí mismo.

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