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OPINIÓN: El dilema cultural que trajo la caída de Bill Cosby

Uno de los animadores más queridos del mundo en el siglo pasado será conocido como depredador sexual el resto de su vida, comenta Gene Seymour.
mié 26 septiembre 2018 12:30 PM

Nota del editor: Gene Seymour es crítico de cine; ha escrito sobre música, cine y cultura para el New York Times, Newsday, Entertainment Weekly y The Washington Post. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

(CNN) —Bill Cosby ahora es un agresor sexual convicto. No "presunto". Convicto.

Incluso ahora, el día después de que hallaran culpable a Cosby en un tribunal de Pensilvania por haber drogado y agredido sexualmente a una mujer en su casa, hace 14 años, es impactante escribir —y leer— estas palabras.

Yo vivía y trabajaba en Filadelfia —la ciudad en la que vivía Cosby— en la década de 1980, el auge de su poder y su influencia; solía presentarse en eventos de beneficencia, conmemoraciones y ceremonias en beneficio de la Universidad Temple, su alma mater, el mismo lugar en el que Andrea Constand trabajaba y en donde Cosby fue su mentor. Que el lado oscuro de su conducta haya estado oculto todos esos años me hace estremecerme de pena y de furia.

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El veredicto del jurado es la culminación de una caída en desgracia de dimensiones profunda y enfáticamente devastadoras en la saga estadounidense.

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Uno de los animadores más queridos del mundo en el siglo pasado será conocido como depredador sexual el resto de su vida. Muchos tardaremos el resto de nuestra vida en entender las ramificaciones; sin embargo, inmediatamente después de los hechos, hay algunas cosas que para nada son ambivalentes ni ambiguas:

1. Andrea Constand, la antigua empleada de la Universidad Temple que llevó a juicio a Cosby dos veces por los mismos cargos, se ha reivindicado.
2. Vendrán más demandas y acusaciones luego de este veredicto porque hay hasta 50 mujeres que han acusado a Cosby de agresiones similares.
3. Si también lo hallan culpable, el hombre debería someterse a todo el peso de la ley. Punto.

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Pero ni siquiera eso basta para sus antiguos admiradores ni para otras personas que se han sentido traicionadas por la aparentemente inexpugnable altura moral de Cosby, ni para quienes en años recientes se sintieron decepcionados con la imagen del actor regañón de finales del siglo XX, que insistía en que los padres y los hijos afroestadounidenses debían asumir una mayor responsabilidad moral y social.

Lo que buscan —y lo que en gran medida ha ocurrido— es una purga total del trabajo de Cosby como comediante, actor, educador y filántropo en la cultura en general. Dicen que todo tiene que desaparecer: tanto la innovadora serie de aventuras I Spy, de la década de 1960, como la exitosísima comedia de situación The Cosby Show de la década de 1980; el ensueño infantil que creaba el comediante hoy caído, cuya oportunidad graciosa y sus detalles agudamente observados (y hábilmente exagerados) influyeron en generaciones de comediantes, las contribuciones que hizo a la educación en televisión y a instituciones educativas de todo Estados Unidos.

Tras la primera oleada de acusaciones generalizadas contra Cosby, en 2014, en las redes sociales hubo quienes creyeron que todas esas escuelas, universidades e instituciones que recibieron millones de dólares de donativos de la familia Cosby deberían devolverlas, como si eliminar el dinero de las becas para estudiantes necesitados fuera una retribución adecuada.

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Ahora no se habla tanto de esas cosas atroces y sospecho que tampoco se hablará mucho de ellas tras conocer el veredicto. Sin embargo, ese veredicto ha acelerado el proceso de transformación de Bill Cosby en una no-persona. Bounce TV, una televisora de Atlanta que tiene un público afroestadounidense y que era uno de los pocos lugares en los que todavía encontrabas transmisiones de episodios de The Cosby Show, accedió a quitarlo de su programación.

Cada vez son más las escuelas y universidades que rescinden los títulos honorarios que concedieron a Cosby después de su condena, entre ellas la Universidad Temple, Carnegie Mellon, Notre Dame y Johns Hopkins. Otras, como Wesleyan y Yale, están analizando hacer lo mismo.

Pero estos esfuerzos, sin importar lo bien intencionados e incluso justificados que sean, no borrarán los recuerdos que la gente tiene del trabajo de Cosby, buenos o malos, especialmente los afroestadounidenses de cierta edad, que son muchos. Remontándonos incluso a la década de los sesenta, hubo oleadas de niños y adolescentes que moldearon identidades completas con base en el ejemplo de Cosby, no solo su comportamiento en público, sino su porte confiado e imperturbable.

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Será difícil, mas no imposible, por ejemplo, olvidar completamente que en los primeros años de su fama estaba decidido a evitar hacer la clase de material exageradamente racial que se esperaba de los comediantes negros y a ser fiel a su visión personal de lo que era gracioso para todos, hacerlo sin huir de sus raíces y reafirmar la identidad racial a través de sus monólogos rítmicos y de sus buenas obras para beneficio de las instituciones negras.

Tampoco se podrá olvidar que cometió actos monstruosos y conscientes contra varias mujeres a lo largo de las décadas de su fama ascendente.

Pero incluso antes de que lo condenaran, yo no sentía lo mismo por Cosby que cuando tenía 13 años. O cuando tenía 28. Ni siquiera cuando tenía 40. Sé que en algún momento, un gran artista con buenas intenciones se comprometió y su poder lo corrompió; abusó de ese poder en formas a ratos arrogantes, a ratos dañinas e indefendibles.

No puedes ignorar ni hacer desaparecer estos aspectos de Bill Cosby. Pero pasará mucho tiempo —mucho, mucho tiempo— antes de que sepamos cómo vivir con todo eso.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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