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OPINIÓN: Ser periodista es equivalente a una sentencia de muerte

Cualquiera pensaría que la profesión más peligrosa es la de bombero o de policía; sin embargo, las cifras de reporteros fallecidos dicen lo contrario, comenta Geovanny Vicente Romero.
mar 23 octubre 2018 11:21 AM

Nota del editor: Geovanny Vicente Romero es abogado y politólogo, con experiencia como profesor y asesor de políticas públicas y gobernanza. Es un estratega político y consultor de comunicación gubernamental. Actualmente está finalizando una maestría en Comunicación Política y Gobernanza en la George Washington University. Es fundador del Centro de Políticas Públicas, Desarrollo y Liderazgo RD (CPDL-RD). Síguelo en Twitter: @GeovannyVicentR. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN) - Cualquiera pensaría que la profesión más peligrosa la encontramos en el oficio de bombero o de policía. Sin embargo, aunque estas ocupaciones mantienen un nivel alto de peligrosidad, el ejercicio del periodismo no es diferente respecto a otros oficios de alto riesgo, con la agravante de que cuando se atenta contra un periodista de forma violenta hay una alta probabilidad de que algunos miembros de su equipo – camarógrafos, fotógrafos y choferes– terminen heridos también.

Un juez habla a través de sus sentencias, el periodista por medio de su micrófono y/o su pluma, este último investiga y opina, mientras que el juez condena. Aunque el juez experimenta amenazas provenientes de algún resentido con el sistema judicial, el periodista es quien se expone todos los días al peligro.

La palabra es un arma potente que tiene el poder de construir o destruir dependiendo de su uso, que tiene una fuerza única que la hace superior a cualquier otra arma en tiempos de guerra y que sirve de bandera blanca en tiempos de paz, pero también constituye una amenaza en tiempos de dictaduras y totalitarismo
Geovanny Vicente Guerrero

Es precisamente la desaparición de un destacado periodista el motivo que en estos días mantiene tensión entre dos países del Medio Oriente: Arabia Saudita y Turquía. Con la desaparición del saudí Jamal Khashoggi, quien fue visto por última vez en el consulado saudí en Estambul, la monarquía absoluta se encuentra en el ojo del huracán por acusaciones de estar detrás de todo lo ocurrido. Lo que sabemos es que Khashoggi, columnista de The Washington Post, estaba comprometido para casarse, fue al consulado de su país a retirar un documento que necesitaba para estos fines, mientras su prometida, Hatice Cengiz, le esperó afuera y nunca más lo vio salir. El Apple Watch que cargaba el periodista puede que nos dé una pista de su destino final.

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Estados Unidos es un tercer actor clave en la solución de la investigación sobre lo ocurrido a Khashoggi, pues es el país de residencia del periodista y es la nación que Turquía espera que le exija aclaraciones a la monarquía árabe. Por otro lado, el presidente Donald Trump ha estado ocupado negociando con Turquía la liberación del pastor estadounidense Andrew Brunson, quien cumplía arresto domiciliario en la provincia turca de Esmirna, bajo acusaciones de delitos graves, hasta el momento de su liberación y posterior regreso a Estados Unidos.

A continuación vamos a analizar algunos casos que han sucedido alrededor del mundo en el último año, así como otros no tan recientes, hechos horribles a través de los cuales la voz de un periodista o de un miembro de su equipo fue apagada para siempre:

México, conocido como uno de los peores países del mundo para ejercer la profesión del periodismo, ha llegado incluso a ser considerado el peor país para el periodismo en Latinoamérica, solo comparable con la situación de inseguridad que presenta Siria, un país con una guerra civil prolongada. Reporteros Sin Fronteras ha señalado que, para el 2017, en México se contaban 1,035 periodistas profesionales asesinados en un periodo de 15 años. Como dato positivo, 2017 constituye el año menos peligroso de los tres últimos lustros.

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En Ecuador, al igual que en Arabia Saudita, este año se generaron momentos de tensión entre dos naciones debido a la desaparición de periodistas. En este caso, la nación que compartía la crisis fue Colombia. El 26 de marzo de 2018, Javier Ortega (periodista), Paul Rivas (fotógrafo) y Efraín Segarra (conductor) no imaginaron que encontrarían un destino fatal a manos de un disidente despiadado de las FARC quien es conocido por el alias de “Guacho”. Los tres fueron secuestrados y posteriormente asesinados, un dolor mezclado con una incertidumbre que se postergó por un tiempo al no aparecer sus restos. Los hechos ocurrieron en la frontera entre Colombia y Ecuador. La frustración nacional llevó a que se creara la campaña #NosFaltan3.

Bulgaria ha sido el epicentro del acto atroz más reciente que cobró la vida de la periodista búlgara Victoria Marinova, de 30 años, quien fue violada y asesinada en la ciudad de Ruse. En esos días, se encontraba investigando un caso de presunta corrupción sobre proyectos de infraestructura financiados por la Unión Europea. Todavía no se sabe a ciencia cierta la causa del asesinato, pero no se descarta su cobertura sobre el caso de corrupción. Europa no es Siria, tampoco es México, pero la violencia contra los periodistas no conoce fronteras, como señaló la eurodiputada liberal Sophie in 't Veld. Ya son tres los casos mortales en Europa, en el último año, con la muerte de la maltesa Daphne Caruana y el eslovaco Ján Kuciak.

En Malta ocurrió un hecho horrendo con el asesinato de la periodista de investigación Daphne Caruana Galizia, quien murió por la explosión de una bomba colocada en el Peugeot que había rentado. Daphne era una periodista de línea dura y de investigación tenaz, lo que hace que la lista de sospechosos por su muerte sea gigante, pues sus trabajos abordaban todos los sectores de la vida nacional de la pequeña nación mediterránea.

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En América Latina, el secuestro y asesinato de los periodistas no es un fenómeno reciente pues la región por mucho tiempo vivió bajo dictaduras y regímenes totalitarios.

República Dominicana es buen ejemplo. Un hecho que ha marcado su historia reciente fue la muerte del periodista Orlando Martínez, asesinado en marzo de 1975 a manos de un escuadrón de miembros de las Fuerzas Armadas, luego que Martínez criticara al gobierno de Joaquín Balaguer.

Martínez murió porque su pluma se oponía a los que gobernaban. Hoy, un salón de la casa de gobierno lleva su nombre, así como calles del país. Martínez no fue el único periodista que murió asesinado en la época, solo uno de los más destacados junto a Gregorio García Castro (Goyito) quien dos años atrás había sido ultimado por miembros del Servicio Secreto de la Policía, según lo determinado por una comisión designada por el mismo presidente Balaguer. En 1994, desaparecería para siempre el periodista y profesor Narciso González (Narcisazo), quien fue crítico del gobierno de Balaguer. Este último caso fue llevado a la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

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Tres factores externos y ajenos al ejercicio de estos profesionales hacen que el periodismo sea una de las carreras más peligrosas, a saber: 1) la resistencia al cambio que genera la verdad en los ciudadanos; 2) el afán por ocultar lo inocultable y por defender lo indefendible (corrupción) y; 3) la intolerancia que desarrolla el autoritarismo como consecuencia de la ausencia de la democracia.

La palabra es un arma potente que tiene el poder de construir o destruir dependiendo su uso, que tiene una fuerza única que la hace superior a cualquier otra arma en tiempos de guerra y que sirve de bandera blanca en tiempos de paz, pero también constituye una amenaza en tiempos de dictaduras y totalitarismo, pues representa un cambio a un sector que se ha acomodado en el poder y no conoce otra reacción que la intolerancia y la resistencia a todo lo que no se parezca a sus intereses.

No solo los periodistas mueren por la libre expresión, sino que todo aquel que represente oposición al statu quo se encuentra amenazado. Hoy, que se habla de la canonización de monseñor Óscar Arnulfo Romero, quien el 24 de marzo de 1980 fue asesinado en El Salvador por un régimen que no toleró que el sacerdote usara su tribuna para exigir mejores condiciones de vida para los pobres, menos injusticias y un cese inmediato de la violencia promovida desde el mismo gobierno nos deja como parte de su legado de desprendimiento y sacrificio. Algunas de sus últimas palabras se aplican muy bien a la situación de inseguridad que viven los periodistas: les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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