Principalmente porque las nuevas reglas traen nuevas oportunidades sectoriales que no podrán ser descubiertas con el tradicional TLCAN. Los actores se encuentran a la expectativa.
En Estados Unidos, el tema de la aprobación es un juego electoral y los demócratas siguen barajando sus cartas. Hay algo de cierto en su caprichosa insistencia por esperar. El Congreso estadounidense aun no está seguro de cómo girará la pirinola del T-MEC en términos de la elección presidencial 2020. No saben si les caerá la cara de “toma todo” o la de “no tomes nada”.
Mientras tanto, en el del juego público, los congresistas están empujando a México a revisar algunos nuances del tratado, como son las relaciones laborales. Ese país desea enviar inspecciones para hacer cumplir las leyes laborales, tema que México ha rechazado tajantemente. Esto de visitar las instalaciones mexicanas parece más bien una treta que están armando para ganar tiempo, porque en el fondo es una simpleza.
Cabe señalar que, en materia de derechos laborales, el gobierno actual y el Congreso mexicano han realizado reformas importantes a la ley, así como la adhesión al convenio 98 de la OIT en materia de asociación sindical.
Incluso se aumentó y segmentó al salario mínimo en dos regiones. Todos estos cambios apoyan un clima más favorable y equitativo para las relaciones comerciales entre los tres países. Sin embargo, no es suficiente.