Tres autores en distintos años Frankl (1989), Rogers (1984) y Rojas Estapé (2019) han dicho que la enfermedad de nuestro siglo es el vacío interior, la falta de sentido de vida. ¿Acaso nos identificamos con ello? ¿Este planteamiento nos significa algo? O bien, ¿tenemos clara la razón de nuestra existencia y día a día luchamos para alcanzarla y damos ejemplo de ello a nuestros hijos?
En México vivimos cotidianamente en un contexto de violencia, que va desde el seno de la familia y permea todo el ambiente del país
De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), la violencia intrafamiliar en México ha incrementado un 72% desde el primer trimestre del 2015. Asimismo según datos de la UNICEF publicados en mayo del año pasado en su Informe Anual 2018: 6 de cada 10 niños, niñas y adolescentes entre 1 y 14 años han experimentado algún método violento de disciplina en sus hogares. Y más del 50% de adolescentes entre 12 y 17 años ha recibido algún tipo de agresión física.
Por ello, hoy más que nunca nuestro papel como padres de familia frente a este panorama violento, complejo y ambiguo debe ser re valorado y re pensado como una prioridad, la crianza debe acompañarse de una formación con valores profundos que permita en nuestros hijos edificar una vida plena de significado.
¿En este contexto, valdría la pena preguntarnos si estamos formando hogares? ¿somos parte de ese puerto seguro para nuestros niños, adolescentes y jóvenes?, ¿les dedicamos el suficiente tiempo?, ¿los dejamos hablar y los escuchamos frente a todas sus necesidades ?, ¿les hacemos saber que los queremos y los vamos a querer siempre?, ¿saben que estamos ahí para ellos en cualquier momento y pese a cualquier circunstancia?
En el escenario ideal, los padres de familia debemos construir un hogar, lo que significa que la persona, en este caso nuestros hijos, deben sentirse acogidos, cobijados, protegidos, aceptados y amados por el hecho de ser persona. Un lugar que brinde seguridad emocional lo cual constituye la base para la formación de la autoestima de los niños.
Frecuentemente se percibe que las cosas son automáticas, fáciles y gratuitas: deseo, pido y obtengo… pero la realidad es que la vida no es así, la felicidad es el resultado del esfuerzo, la lucha, la constancia, el compromiso, la tolerancia a la frustración, y ahí es donde debemos incidir como padres, educar y acompañar a nuestros hijos en ello para que construyan una vida plena y feliz que los lleve a su realización como seres humanos.