Al igual que en el caso de la cancelación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, aquí se puede sentar otro precedente muy negativo para la inversión: la imagen de un país que no ofrece certidumbre, donde las reglas son cambiadas intempestiva y arbitrariamente por la política y los políticos. Que se autosabotea por una inclinación ideológica, justo cuando comenzaba un camino de modernización y apertura. Que va de regreso a modelos anacrónicos, cerrados, monopólicos, opacos. Que por si fuera poco, no podría asegurar un abasto energético competitivo para el desarrollo productivo.
Si hubo actos ilegales en el proceso de aprobación de la reforma energética, que se denuncien, prueben y, en su caso, sancionen. La verdad jurídica y un proceso judicial ejemplar (no político, como ha sido frecuente en la historia del país) ayudarían mucho para avanzar en el reto prioritario del Estado de derecho.
Sin embargo, nada de eso nulifica el valor de la reforma en sí misma. Es una falacia lógica clásica: la conclusión no se deduce de la premisa. Sobre todo, es falso que haya sido un fracaso. Por el contrario. Puede revisarse para corregir o complementar, pero el saldo ha sido contundentemente positivo, y aquí sí, con evidencia para probarlo.
No puedo saber si algún legislador aceptó sobornos, pero estoy cierto de que la reforma es un instrumento útil contra la corrupción dado que la apertura, la competencia y la transparencia son los principios activos de sus procesos de licitaciones, subastas y contratos. Lo mismo aplica en la separación de espacios de decisión para asegurar contrapesos y la apuesta al fortalecimiento de instituciones reguladoras con independencia y solidez técnica.
El interés de inversionistas de todo el mundo fue sobresaliente desde el arranque. En hidrocarburos, en un entorno de precios deprimidos, en las rondas de licitación se adjudicaron 111 contratos que ya han ejecutado inversión y contribuido con el pago de contraprestaciones e impuestos por cerca de 11,000 millones de dólares. Han previsto llegar a una producción de 280,000 barriles diarios de crudo en una década, y hasta 74% de la utilidad sería a favor del Estado. De igual forma, se sentaron las bases para un abasto de gas seguro y competitivo, algo fundamental para la industria y el crecimiento económico.
OPINIÓN: ¿Y la planeación ante la cruda realidad?
Hay que recordar que Pemex ya no tenía capacidad de inversión, y menos en áreas para exploración y producción de crudo en áreas no convencionales, donde está el grueso de nuestras reservas prospectivas. En mi opinión, tendríamos que haber ido más lejos, con una reestructuración a fondo para darle viabilidad financiera. Un capital mixto, con colocación bursátil, ayudaría mucho para abatir la corrupción y la politización que socava a la empresa.
En electricidad, junto con el desarrollo de un moderno y robusto mercado eléctrico mayorista y bases firmes para la transición energética, en las subastas se lograron récords mundiales en costo de generación a través de tecnologías renovables: una quinta parte de lo que cuesta un Mw/h en las termoeléctricas obsoletas de la CFE, y eso sin considerar sus costos hundidos. Estos procesos dieron lugar a inversiones por más de 9 mil millones de dólares para construir infraestructura que permitirá que uno de cada cinco hogares mexicanos funcione con energía verde, principalmente eólica y solar.