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SOS: Hay que defender la reforma energética

No puedo saber si algún legislador aceptó sobornos, pero estoy cierto de que la reforma es un instrumento útil contra la corrupción, señala Rodrigo Villar.
mié 12 agosto 2020 12:59 AM

(Expansión) – Recién comentamos aquí sobre la política energética equivocada que hoy se pretende imponer en México, de espaldas a la racionalidad económica, al medio ambiente y al futuro. Ahora, ante la intención de confundir y desacreditar la reforma del 2013 con el uso político del caso Lozoya, se vuelve urgente defenderla como reforma por sus méritos propios, los resultados sobresalientes en el corto tiempo de su implementación y todo lo que aún puede aportar. La presunta corrupción de una serie de personas no puede justificar que se eche por la borda todo eso.

Como alguien que trabaja para conectar inversionistas internacionales con emprendedores y proyectos de impacto social y ambiental en el país, me parece claro que, en esta coyuntura, en el destino de la reforma energética no sólo se juega el enorme potencial del sector: también podemos perder la oportunidad de ser un foco de atracción de inversiones relevante en general, y precisamente cuando más lo necesitamos.

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Al igual que en el caso de la cancelación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, aquí se puede sentar otro precedente muy negativo para la inversión: la imagen de un país que no ofrece certidumbre, donde las reglas son cambiadas intempestiva y arbitrariamente por la política y los políticos. Que se autosabotea por una inclinación ideológica, justo cuando comenzaba un camino de modernización y apertura. Que va de regreso a modelos anacrónicos, cerrados, monopólicos, opacos. Que por si fuera poco, no podría asegurar un abasto energético competitivo para el desarrollo productivo.

Si hubo actos ilegales en el proceso de aprobación de la reforma energética, que se denuncien, prueben y, en su caso, sancionen. La verdad jurídica y un proceso judicial ejemplar (no político, como ha sido frecuente en la historia del país) ayudarían mucho para avanzar en el reto prioritario del Estado de derecho.

Sin embargo, nada de eso nulifica el valor de la reforma en sí misma. Es una falacia lógica clásica: la conclusión no se deduce de la premisa. Sobre todo, es falso que haya sido un fracaso. Por el contrario. Puede revisarse para corregir o complementar, pero el saldo ha sido contundentemente positivo, y aquí sí, con evidencia para probarlo.

No puedo saber si algún legislador aceptó sobornos, pero estoy cierto de que la reforma es un instrumento útil contra la corrupción dado que la apertura, la competencia y la transparencia son los principios activos de sus procesos de licitaciones, subastas y contratos. Lo mismo aplica en la separación de espacios de decisión para asegurar contrapesos y la apuesta al fortalecimiento de instituciones reguladoras con independencia y solidez técnica.

El interés de inversionistas de todo el mundo fue sobresaliente desde el arranque. En hidrocarburos, en un entorno de precios deprimidos, en las rondas de licitación se adjudicaron 111 contratos que ya han ejecutado inversión y contribuido con el pago de contraprestaciones e impuestos por cerca de 11,000 millones de dólares. Han previsto llegar a una producción de 280,000 barriles diarios de crudo en una década, y hasta 74% de la utilidad sería a favor del Estado. De igual forma, se sentaron las bases para un abasto de gas seguro y competitivo, algo fundamental para la industria y el crecimiento económico.

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Hay que recordar que Pemex ya no tenía capacidad de inversión, y menos en áreas para exploración y producción de crudo en áreas no convencionales, donde está el grueso de nuestras reservas prospectivas. En mi opinión, tendríamos que haber ido más lejos, con una reestructuración a fondo para darle viabilidad financiera. Un capital mixto, con colocación bursátil, ayudaría mucho para abatir la corrupción y la politización que socava a la empresa.

En electricidad, junto con el desarrollo de un moderno y robusto mercado eléctrico mayorista y bases firmes para la transición energética, en las subastas se lograron récords mundiales en costo de generación a través de tecnologías renovables: una quinta parte de lo que cuesta un Mw/h en las termoeléctricas obsoletas de la CFE, y eso sin considerar sus costos hundidos. Estos procesos dieron lugar a inversiones por más de 9 mil millones de dólares para construir infraestructura que permitirá que uno de cada cinco hogares mexicanos funcione con energía verde, principalmente eólica y solar.

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En su momento, el premio Nobel de Física Steven Chu, Secretario de Energía en el gobierno de Barack Obama y gran impulsor de la investigación en energías renovables, habló de las subastas mexicanas como el modelo a seguir para obtener electricidad limpia, barata y sin subsidios.

No es cierto que la reforma haya incumplido en el objetivo de abaratar la energía. La industria tiene acceso a electricidad y gas de costo competitivo. Gracias a los nuevos generadores eficientes, el Estado puede reducir sus pérdidas en el subsidio al suministro eléctrico a los hogares. La competencia en el mercado de gasolina opera en el mismo sentido.

¿Puede ser mejor que todo eso darle respiración artificial a plantas eléctricas de combustóleo con el costo colateral de más pérdidas económicas y emisiones de efecto invernadero, y peor aún, contaminantes como dióxido de azufre y partículas PM 2.5 que pueden acelerar las muertes prematuras por enfermedades respiratorias en nuestro país?

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¿Subsidiar con “dinero del pueblo” a Pemex para que también multiplique sus números rojos, en vez de permitirle que se asocie, comparta riesgos y pueda reconvertirse de cara a la transición energética? ¿Cancelar rondas de licitación con seguimiento en tiempo real para multiplicar varias veces sus compras por el mecanismo de invitación restringida a proveedores seleccionados? No tiene sentido.

Por México, hay que defender la reforma energética.

Nota del editor: Rodrigo Villar es un emprendedor social y Socio Fundador de New Ventures, donde busca transformar la manera tradicional de hacer negocios y crear un nuevo modelo empresarial que perciba el impacto como status quo. Cuenta con un MBA del Royal Melbourne Institute of Technology y estudió la carrera de Contabilidad y Administración Financiera por el Tecnológico de Monterrey. Síguelo en Twitter y/o en LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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