Bajo el armazón de la codicia y feroz competencia entre países, se ha divulgado la existencia de piratas cibernéticos que tienen como propósito apropiarse de los avances médicos de otros y robar propiedad intelectual e investigaciones de potenciales firmas farmacéuticas que trabajan por obtener la vacuna. Uno de los casos más sonados fue China, país contra el que el Departamento de Justicia de Estados Unidos presentó cargos y Rusia, a quien los gobiernos de Reino Unido y Canadá también acusaron.
Se trata de una carrera para posicionar liderazgos, hegemonías y supremacías en el teatro de la política internacional. Conseguir el antídoto es una cuestión de status, poder y egos entre países que se acompañan de elogios científicos y honra académica. En ese sentido, muchas voces han equiparado la competencia por ver quién es el primero en conseguir la vacuna con la carrera espacial del siglo XX en plena Guerra Fría.
Por supuesto, esto también se ha visto alimentado por el emblemático nombre que Vladimir Putin y el Kremlin acuñaron a la vacuna rusa: “Sputnik V”, en franca referencia al satélite soviético lanzado en órbita hace más de 70 años.
El nombre de la vacuna evoca orgullo nacional y nostalgia de superpotencia. Precisamente, con su registro como la primera en el mundo, Putin reposiciona a Rusia en materia de preeminencia sanitaria internacional. A su membresía en el G20, poder de veto en el Consejo de Seguridad, amplia capacidad militar, nuclear y disuasoria habría que sumarle que cuenta con el activo sanitario más codiciado junto con otros poderes centrales, sin embargo, se espera que Rusia no haya incurrido en un atajo científico para ganar la guerra mediática de la vacuna sacrificando seguridad y eficacia.
Lo anterior también da cuenta de otro fenómeno producido a nivel mundial: la fiebre de los nacionalismos sanitarios. El America First de Trump mediante su Operación Warp Speed, destinada a acelerar el acceso a vacunas y tratamientos efectivos exclusivamente al interior del país -anunciando incluso el aseguramiento de 400 millones de dosis- manifiesta la decisión de ir en solitario sin cooperar y bajo el principio “Yo primero”, contraviniendo la vocación solidaria de la comunidad internacional de convertir la vacuna en un “bien público de acceso universal”, una idea fuerza que ha sido sostenida por Xi Jinping, Angela Merkel y Emmanuel Macron, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y diversos liderazgos de países en desarrollo.