Y es que, con el modelo actual de Google, el lenguaje artificial se alimenta y entrena con base en la enorme cantidad de datos que, como usuarios, regalamos con cada correo, hoja de texto, cálculo y hasta cada googleo. No obstante, estamos tan inmersos en nuestras actividades cotidianas, tenemos tan a la mano el teléfono móvil, las redes sociales, Siri, Alexa, Cortana (sí, acá aún no entra la equidad de género y se debe subrayar) que parece que no hay tiempo para hacernos conscientes de que hay una grandísimo número de personas para quienes no existe Internet, sencillamente porque no tienen medios para ingresar a él, ya sea por falta de conectividad, recursos económicos, energía eléctrica, amén de aquellos ausentes a raíz de la brecha generacional y tecnológica.
En este contexto, ¿cuáles son los riesgos de que empresas tecnológicas como Google desarrollen IA que margina a los ya de por sí marginados? Eso parece estar detrás del caso Timnit Gebru, si su versión de despido es lo que en realidad sucedió, más allá de sólo considerar que fue desestimada por su color de piel, su género y sus ideas de inclusión. Su salida parecería ejemplificar justamente lo que Google hace con quien no está en sintonía con sus ideas: acallarlo.
El relato sobre la razón para la separación de su cargo se ve reforzada ante el respaldo de más de 2,695 googlers, quienes conocen las entrañas de ese monstruo, y 4,302 partidarios académicos, de la industria y de la sociedad civil, que alzan la voz para exigir que Google cumpla con los principios que estableció para el desarrollo de IA, y en los que reconoce que generan un gran impacto en la sociedad.
Lo ocurrido con Timnit abrió el debate mundial entre los especialistas sobre la urgencia de tener instrumentos que regulen los alcances del desarrollo científico y tecnológico respecto a la IA, a fin de que tanto instituciones públicas como privadas tengan presente que todo avance conlleva beneficios, pero también riesgos.
Como usuario de Internet, en los últimos años he notado cómo día con día se exacerba un lenguaje de odio, intolerancia, ideas radicales que no permiten una opinión en contra. En cada clic, hay cientos de mensajes que se replican de forma reiterada a través de cuentas creadas específicamente para ese fin. También compruebo cómo Google, Facebook, Twitter, y hasta Tik Tok deciden qué información debo conocer, qué debo comprar, a quién tengo o no que seguir, y hasta a qué hora y qué debo comer. Sin embargo, asumo el costo a cambio de una sensación de comodidad inmediata.