Es muy probable que la década que inicia funja como parteaguas en cuanto a disrupción se refiere; los tecnólogos llevan rato advirtiendo sobre la próxima revolución inteligente, cuyas protagonistas serán la digitalización agresiva y la automatización de tareas, de la mano de la robótica y la inteligencia artificial.
Dado que el cambio es inevitable y los aires de la innovación empujarán con fuerza, generando tensiones en mercados, marcos legales, y dinámicas sociales, será crucial preparar el terreno con el propósito de adaptarnos a contextos diferentes, así como a nuevos paradigmas.
En este orden de ideas, se vislumbran al menos tres grandes áreas de impacto que, sin duda, no serán ajenas a la revolución tecnológico-digital. Tomar en cuenta estos elementos puede marcar la diferencia entre competitividad y prosperidad, o fracaso y frustración.
Primero
La educación deberá transitar hacia un modelo novedoso que incluya dentro de sus programas de estudio el desarrollo de habilidades blandas como el trabajo en equipo, el pensamiento creativo, y el manejo de conflictos.
En un entorno que evoluciona a marcha acelerada, es factible que el conocimiento teórico-conceptual y técnico aprendido en las aulas se vuelva obsoleto en relativamente poco tiempo. En cambio, las aptitudes requeridas para colaborar, innovar, y resolver problemas, no tienen fecha de caducidad.
El futuro de la educación es el futuro de la economía y los negocios, porque el talento profesional y la disciplina se cultivan desde los centros escolares. Por ello, las escuelas creativas darán impulso y dirección a la transformación que viene.
Segundo
Habrá que prestar enorme atención a las oportunidades de emprender que resultarán del auge tecnológico del mundo digital. John Sculley, ex directivo de Pepsi y Apple, señala con convicción que estamos por entrar a la mejor época histórica para construir empresas multimillonarias.
Herramientas como el big data, el internet de las cosas, el almacenamiento virtual en la nube, y la movilidad de los smartphones, ya están abriendo horizontes de negocios inimaginables hace apenas 20 años. Es difícil predecir las oportunidades que podrán presentarse en el futuro una vez que dichos recursos tecnológicos continúen sofisticándose, pero, con certeza, las posibilidades serán casi infinitas.
Capitalizar las herramientas disponibles para dar vida a proyectos viables que produzcan valor es ahora el reto delante de aquellos emprendedores que se atreven a pensar en grande, conscientes de que hace falta romper esquemas y apostar por el pensamiento disruptivo para imaginar escenarios de oportunidad.