Al contrario, Joe Biden será más insulso pero no debemos subestimar su fuerza. A diferencia de Donald Trump y de Andrés Manuel López Obrador, él no se apasiona por los hidrocarburos, ni por lo verde, tal vez por nada. Por ser un caballero de sobria figura, recuerda a otro presidente mexicano, tal vez el menos carismático y amado de todos, pero técnico, tieso y atinado en algunas decisiones de política pública: Ernesto Zedillo. Cuando de energía se trata, así imagino a Biden.
Al ganar Trump, muchos mexicanos –aun los más asiduos defensores de la libertad comercial— nos permeó un temor inusual para nosotros: el depender demasiado de las importaciones de gasolina y gas. Antes de Trump, con un historial de mucha fluidez en nuestro intercambio comercial de hidrocarburos, no hacía sentido construir refinerías que con toda seguridad producirían combustibles más caros que los importados.
Acusados mil veces de “vende patrias” sostuvimos mil veces que más saquearíamos la patria produciendo combustibles carísimos que importándolos eficientemente. Pero, de repente, cuando nuestro país vecino entró en ALERTA NARANJA, corroyó la duda de si él, de alguna manera, podría hacer prohibitivas las exportaciones de gas y gasolina a México.
La que escribe dejó de sentirla una vez que, al plantear este temor a un comercializador de estos insumos, él afirmó con claridad: “no, no lo hará, a menos de que quiera su cabeza ensartada en un palo.”
Por ventura, las exportaciones a México no se desaceleraron, al menos por voluntad presidencial. Si acaso, por la reducción en la demanda que asola el mundo entero. Y esa misma desaceleración global hará que Estados Unidos busque un mercado para sus productos con más agresividad.