Hay muchas cosas que aún no entendemos sobre el crecimiento económico, pero una cosa sí sabemos: los países que prosperan apuestan a las instituciones, no a los individuos. Cuando lo pensamos, es cuestión de probabilidades. Es necesaria al menos una generación – 25 años – para que un país pase de emergente a desarrollado.
En México necesitaríamos así escoger administraciones formadas por seres extraordinarios, capaces y bien intencionados por cuatro sexenios consecutivos. ¿Qué tan factible es que nos saquemos la lotería cuatro veces seguidas?
Razón de más argumentarían algunos, para extender mandatos. Si ya encontramos a alguien tan probo como el ministro presidente Zaldívar – López Obrador dixit - ¿para qué cambiarlo? Que no sean dos años más, que allí se quede. Y ya que estamos en eso, ¿por qué no dejar en su lugar a todos quienes son indispensables para garantizar la transformación en marcha?
Como recurso retórico es un pobre argumento. En lo económico es peor. La historia abunda en ejemplos de “caudillismo”, la absoluta necesidad de “prohombres”, “hombres fuertes” y demás calificativos, invariablemente del género masculino, para salvar a la patria. Siempre entregan resultados económicos desastrosos; dentro de los autoritarismos, es el peor.
En alguna ocasión participé en un panel en donde una periodista suspicaz me preguntaba sobre la efectividad del “modelo chino” en lo económico. ¿No existía la posibilidad de que México post 2018 replicara dicho éxito, dado el mal resultado del modelo de democracia liberal de mercado?
El tema es que el de China hoy es un modelo autoritario, pero no caudillista. El éxito económico chino es controversial, pero descansa en una tecnocracia competente, que alimenta la toma de decisiones en la cúspide de la pirámide. ¿Qué ocurre cuando ese lugar lo ocupa un caudillo?