Este texto busca provocar incomodidad y, con esto, incentivar o acelerar cambios en tus patrones de consumo y comportamiento. Es imposible ser exhaustivo, pero sí puedo ser propositivo.
Piensa en el origen de tus alimentos antes de pedir en un restaurante o comprar en el súper. Dos ejemplos: Cada kilo de carne bovina requiere 4,500 litros de agua, 10 veces más que las proteínas vegetales, y contribuye con el 14.5% de los gases que causan el efecto invernadero.
También piensa en las miles de especies marinas que ponemos en riesgo diariamente a causa de la pesca descontrolada (sugiero ver la serie SeasPiracy en Netflix). ¿Cómo verías comer carne una vez por semana y procurar productos sustentables y procesados sin generar sufrimiento?
Evita productos empacados con plástico. Producimos hoy 270 millones de toneladas de este material que tarda miles de años en degradarse. Procura empaques biodegradables, compra a granel y utiliza bolsas reusables. Sustituye también botellas de agua por filtros.
Opta por productos locales. Además de fortalecer a tu comunidad, reducirás la contaminación que genera traer productos de lejos. Al fin y al cabo, ¿en qué te beneficia tomar agua italiana, carne japonesa o quesos franceses en exceso? Si te encanta consumirlos, hazlo en ocasiones especiales, pero explora con productos de calidad local.
¡Súbele drásticamente al consumo de combustibles renovables! Ayudará a contaminar menos y a respirar un aire más limpio. Elimina coches de 8 cilindros, súbete a la bicicleta, opta por energía solar en la oficina o en casa, camina más.
Piensa en el impacto del consumismo. Por ejemplo: la industria textil contribuye con el 10% de gases de efecto invernadero, produce 25 millones de toneladas de basura y está asociada con la explotación laboral y sobreexplotación agrícola. The True Cost, disponible en YouTube, evidencia las consecuencias de comprar ese suéter o zapatos adicionales.