Pues bien, aunque el filósofo literato refiere en su libro al plano de la espiritualidad y la metafísica, me parece interesante tomar esta analogía prestada para llevarla al ámbito del emprendimiento en los negocios.
El salto temerario del emprendedor consiste en iniciar un proyecto, consciente de los obstáculos naturales que se hallarán sobre el camino. La curva de aprendizaje deberá superarse de la mano del trabajo duro, el empeño constante y la disciplina recia. Iniciar un negocio desde cero no es tarea fácil; se trata de una carrera de resistencia más que de velocidad.
Por supuesto, la innovación es un valor agregado que debe tomarse en cuenta. En un entorno dinámico y globalizado, hace falta ser competitivos para sobresalir ante la diversidad de oferta que se hace presente en el mercado.
Las nuevas tecnologías nos brindan herramientas útiles para mejorar la calidad y el servicio en las empresas. Emplearlas de forma responsable es fundamental para aprovechar sus beneficios y minimizar sus innegables riesgos.
Si bien en los últimos años ha habido una tendencia por vincular la innovación con el emprendimiento, lo cierto es que los cambios suelen generar resistencias en algunos sectores de la población.
Por ello, impulsar ideas frescas requiere de valentía, así como compromiso por perseverar. En ocasiones, no desistir e insistir es la clave del éxito. La capacidad de adaptación es crucial, puesto que el emprendimiento no se agota en un único evento, sino que es un proceso permanente.
Materializar una buena idea de negocio exige determinación y convicción auténtica. Dar el primer paso es complicado, porque la incertidumbre nos lleva a dudar.
No obstante, el espíritu emprendedor es capaz de sobreponerse a las inseguridades. Cuando vemos el ejemplo de vida de empresarios destacados, solemos enfocarnos en sus logros, sin tomar en consideración los múltiples fracasos que padecieron antes de alcanzar sus objetivos.