¿Pero esto es realmente así? ¿A los 40 se acaba la energía? ¿Ya no se pueden generar ideas buenas y novedosas? ¿La creatividad desaparece por completo? ¿Queda solamente dedicarse al tejido con crochet, mientras se toma té de manzanilla y se espera a que alguien más joven y talentoso -con rodillas que no crujen- nos reemplace en un trabajo o desarrolle una idea para una empresa disruptiva que se va a comer el mercado?
Claro que la juventud es maravillosa, pero en buena medida porque pavimenta el camino hacia la adultez, en el que se gana experiencia, se solidifican hábitos y se cuenta con bases robustas (familiares, afectivas y profesionales). De este modo, las nuevas ideas y las ganas de cambiar al mundo si bien inician en la juventud, en la adultez se consolidan, por eso emprender después de los 40 es la mejor apuesta.
Mitos por derribar
Son muchos los mitos detrás del emprendimiento de personas en plena adultez. Pero quizá uno de los más perniciosos es creer que una persona después de los 40 ya no es creativa. Se suele decir que en la medida que va a agarrando vicios del pensamiento, deja de abrirse a las posibilidades de nuevas ideas y que su marco lógico ya está dado y, por tanto, inamovible.
No obstante, la creatividad también depende del acervo de conocimiento y la destreza para ponerlo en práctica que solamente se gana con la experiencia, es decir, que se adquiere y desarrolla con el paso de los años. Y en la medida que se van generando más y más conexiones de todo lo que se sabe y conoce, también hay mayores posibilidades de llegar a una idea novedosa.
La creatividad también es un hábito, y un emprendedor que pasa los 40 vaya que la ha nutrido; incluso, probablemente, a expensas de proyectos fallidos en su camino.
El poder de la experiencia
Pero no sólo una creatividad potenciada es parte de la caja de herramientas de un emprendedor “ya entrado en años”. Comenzar con un proyecto después de los 40 tiene otros beneficios claros e increíbles. Por ejemplo, contar con el apoyo familiar de un núcleo que ya tiene dinámicas y rutinas bien establecidas. Si se tiene hijos, por ejemplo, en esos casos ya son mayores y hasta pueden terminar por ser aliados de negocio.
Con los años y la experiencia viene también la madurez, que incluye algo fundamental para un emprendedor: la inteligencia emocional. Una capacidad para discernir cuáles son las reacciones que uno debe tener frente a obstáculos y frustración para tomar las mejores decisiones, incluso en momentos difíciles.
Por más divino que sea el tesoro de la juventud, es poco probable que esto pueda hacerse adecuadamente sin crecimiento personal, experiencia profesional y desarrollo socioafectivo.