Las empresas, como principales generadoras de valor económico, tienen el potencial de incrementar la riqueza y el desarrollo de los países. Sin embargo, esta capacidad de las empresas ya no es suficiente en la realidad de nuestra región, en especial a la salida de la pandemia generada por el COVID-19.
Estos años de pandemia nos han mostrado, de forma brutal, la desigualdad social en la que vivimos. Mientras el progreso económico en muchos países latinoamericanos ha generado riqueza en las últimas décadas, ésta no se ha traducido en prosperidad compartida para la sociedad. La persistente desigualdad en los ingresos en países como Chile, México, Colombia o Costa Rica, y, sobre todo, las brechas en el acceso a oportunidades, continúa siendo la mayor entre los miembros de la OCDE.
¿Podemos seguir haciendo negocios y dirigiendo nuestras empresas dando la espalda a esta realidad? A mi juicio, la respuesta es un no rotundo si queremos un futuro sostenible en términos sociales, económicos y ambientales. Por esa razón, el rol de los negocios debe ampliarse, buscando que generen un impacto positivo en las comunidades donde se establecen y operan, así como en el medioambiente, promoviendo valores como la inclusión y la igualdad.
Asumir este nuevo rol requiere de la comunidad empresarial una nueva forma de pensar, donde sociedad y empresa trabajen conjuntamente para fortalecer y profundizar sus vínculos con el fin de servir al bien común.
Ante este nuevo imperativo, ¿cuál será el papel de las escuelas de negocios?
Sin duda, debe ser un papel más amplio y protagónico, el cual no puede reducirse tan solo a la formación de talento. Las escuelas de negocios debemos desafiar el statu quo en el que hemos estado instaladas por décadas. ¿Pero cómo hacerlo? En primer lugar, las escuelas de negocios latinoamericanas debemos ser conscientes de las necesidades únicas –presentes y futuras— de las comunidades a las que servimos, escucharlas con mucha atención e invitarlas a participar para producir innovación conjunta. Este cambio debe promoverse a través de la colaboración orientada a la acción, convirtiendo las escuelas de negocios en ecosistemas que promueven ese emprendimiento e innovación con impacto social, conectadas con las necesidades de la industria.
Cuando nos asociamos con otros actores relevantes –el sector privado, el sector público, asociaciones civiles, ONG, otras universidades, etc.— podemos sacar un mayor provecho de la investigación, las herramientas y los recursos disponibles, y beneficiarnos de tener una perspectiva más amplia y transdisciplinar.
En segundo lugar, el impacto social debe formar parte del propósito de la escuela de negocios y permear en su cultura organizacional. Para ello, debemos asegurarnos de que el propósito esté estratégicamente alineado con objetivos de impacto y compromisos de sostenibilidad específicos, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) o los Principles for Responsible Management Education (PRME) de Naciones Unidas. De esta forma tomamos un compromiso claro y medible con la sociedad, en especial con nuestra comunidad académica.