Los primeros dicen que estas herramientas son progreso y bienestar para todos, los segundos que las máquinas inteligentes se apoderarán del mundo y ya no podemos hacer nada al respecto.
De optimistas o pesimistas, la mayoría de sus debates sobre IA todavía se centran en su mayoría en el beneficio o perjuicio para la economía (más productividad, disminución de costos de tiempos y costo de producción o aumento de desempleo) y tienden a ignorar enfoques más subjetivos, como debería ser la mejora de la calidad de vida de las personas gracias a su aplicación.
Los optimistas destacan que los algoritmos acabarán con el hambre y los pesimistas que se robarán los empleos, como si estas actuaran por sí solas, ya sea con sensibilidad o ambición profesional para ganarle al humano. Pero el cambio y avance tecnológico siempre ha estado lidereado por lo que el ser humano desea.
Cualquier máquina fue diseña por humanos, nosotros creamos las leyes y normas sobre su uso, así como los intereses para la que fue creada. Lo mismo sucede con la IA. Nosotros decidimos el fin y uso que le queremos dar. Son los empresarios e ingenieros, humanos, y no los algoritmos los que decidirán si se sustituye a un trabajador o no; son estos los que deciden qué límites poner a la tecnología. Somos los humanos los que tenemos mucho que decir sobre el fin que se les da a estas herramientas, cómo y para qué las usamos.
Desde que el Homo sapiens juntó y frotó dos pedazos de madera entre sí para hacer fuego, el cambio y avance tecnológico han estado dirigidos por los deseos del ser humano. La rueda, la imprenta, la máquina de vapor, la electricidad, los automóviles, las computadoras, las redes sociales, las armas, la bomba nuclear y todos los inventos no aparecieron de la nada e integrados a la sociedad. Nosotros los creamos, así como debería ser la elaboración de leyes y normas sobre su uso responsable y ético y los intereses a los que deben servir.
A esta fecha, ya todos estamos familiarizados con ChatGPT y otras herramientas para la creación de textos generados por IA de los que, a menos seamos expertos o revisemos con precisión, no podemos asegurar que sean correctos o no. Sobre esta, también existen los pesimistas y optimistas. Y en el sector de la educación no es la excepción.