Así, podríamos estar frente a un episodio que da cuenta de que nada es coincidencia y todo estaba perfectamente calculado.
El viernes 19 de mayo, el gobierno ordenó la ocupación inmediata de vías de Ferrosur, al tiempo que el presidente publicó un decreto en el que se declara la utilidad pública de tres tramos de Ferrosur a favor de la empresa paraestatal Ferrocarril del Istmo de Tehuantepec, en su carácter de integrante de la plataforma logística multimodal a cargo del Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec.
Este evento, por sí solo, desata los focos de alerta pues impacta en el clima de negocios y en la certeza jurídica para las inversiones, nacionales y extranjeras. Pero también genera otros coletazos.
Días antes de que tuviera lugar lo que para el sector privado es una lamentable expropiación, en una de sus conferencias mañaneras, el presidente habló del proceso de compra de Banamex. Los medios consignaron que Andrés Manuel López Obrador habría ‘palomeado’ la operación, pero valdría la pena registrar algunos matices en su comunicación para considerar la posibilidad de que sus dichos tenían algo más de profundidad, que se conectarían con lo que vendría después en la zona ubicada entre los estados de Oaxaca y Veracruz.
El martes 16 de mayo, en Palacio Nacional, Carlos Pozos, reportero de Lord Molécula, lanzó el buscapié: “¿Tiene conocimiento si ya se vendió Citibanamex al empresario Germán Larrea? Columnistas especulan que la operación ya se cerró pero que no se ha comunicado porque su gobierno no ve con buenos ojos al comprador. También, si Grupo México, de Germán Larrea, se ha convertido en un obstáculo para el proyecto del Canal Interoceánico del Istmo de Tehuantepec”.
El presidente, de arranque, fue claro: “Tenemos información de que van muy bien las negociaciones y que uno de los posibles compradores es el Grupo México. Nosotros les hemos transmitido a los consejeros y directivos de Citibanamex que no hay de parte del gobierno de México ningún problema en que se lleve a cabo esa operación”.
Después, Andrés Manuel López Obrador usó varios términos para explicar los criterios que su gobierno consideraba importantes para dar paso a la operación de compra. En un primer momento habló de “reglas”. Luego, rectificó y mencionó que no se trataban de “condiciones”, sino de “elementos” y “recomendaciones”.
Lo dijo así: “Ya definimos cuáles eran las reglas. Primero, que fuese capital mexicano, eso se está cumpliendo. Segundo, que estén al corriente en el pago de sus impuestos, eso creo que también se está cumpliendo. Lo tercero, que se pague el impuesto por la operación”. Después lo acomodó así: “Vemos con buenos ojos que se lleve a cabo esa operación porque se están cumpliendo estos elementos, no condiciones, ni siquiera requisitos, sino recomendaciones”.
Hasta ahí, nada parecía salirse del contexto. Fiel a su costumbre, el presidente hizo una reseña de la operación que, en 2001, permitió que Citigroup adquiriera Banamex. Y, para cerrar su respuesta, lanzó lo que visto en retrospectiva era un dardo envenenado: “Vemos bien que se lleve a cabo la operación y si van a ser los de Grupo México no habrá ningún problema. Tenemos diferencias con ellos pero eso es otro asunto, ése es otro cantar”.
¿Ése es otro cantar? Sí, definitivamente, pero de alguna forma incide en este otro. Los dichos del presidente, siempre, tienen un trasfondo, lo que obliga a leerlos con profundidad. En este caso, dice no tener problemas con Germán Larrea en la operación con Banamex y no deja de afirmar que tiene diferencias con él. Ése es un pero. Punto.