Juárez llegó a consecuencia de una compleja renuncia producida en el conservador gobierno que lo entronó en la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, puesto al que llegó a sabiendas de que él sería el sustituto de Comonfort en caso de la ausencia de éste, por lo que es claro que su compañero de fórmula no le veía con malos ojos. Aquel se mantuvo en el poder hasta su muerte, a pesar de que se hicieran graves señalamientos de fraude electoral en 1871.
El otro contendiente en ese proceso electoral llegó al poder adoptando como bandera la no reelección, pero se quedó 30 años en el poder, dejando la presidencia ya enfermo y cansado, pero llevando consigo una importante fortuna al viejo continente, la cual nadie objetó, ni siquiera Madero. El “triunfo” de este no pudo ser más oportuno y provechoso para Díaz Mori. Pocos lo recuerdan, pero no salió huyendo, se fue en triunfal gira de despedida y nadie sugirió fincarle algún tipo de responsabilidad, menos aún, privarle de bienes o posesiones.
Pocos años después, dos sonorenses alcanzaron un pacto institucional para alternarse en la silla, pero uno fue asesinado, dejando al otro en absoluto control del país. Tuvieron que pasar 65 años para que otro sonorense corriera la misma suerte, fue ultimado por un asesino solitario. Claro, antes, algunos militares ocuparon la primera magistratura.
Durante décadas se dijo que el PRI era la dictadura perfecta, porque más allá de los oprobiosos carros completos y las decisiones atrabiliarias que nadie osaba denunciar, tras algo de ruido postelectoral, el elegido del omnipotente partido sabía que, a la llegada del final de su sexenio, le correspondía designar a su sucesor, no a un candidato, se destapaba al que sería presidente de la República, ni más, ni menos.
El sexenio de Miguel Alemán trazó la ruta de quienes podrían volverse millonarios de la noche a la mañana en puestos burocráticos, llegando a decirse que vivir fuera del presupuesto era un error. Abundaron chistes en tiempos de Echeverría y López Portillo, pero todo mundo sabía y esperaba el destape, dado que las elecciones fueron siempre un mero formalismo.
Dentro del PRI surgió una corriente opositora, financiada de nadie sabe dónde, que permitió que el PRD fungiera como validador de una democracia vaciladora, mientras que el PAN prefirió encumbrar abogados que hicieron de defender, a priistas en desgracia, toda una industria. En el fondo, siempre fue el PRI el que hacía de los partidos de oposición anodinos chorritos, que se hacían grandotes y se hacían chiquitos. Las elecciones se decidieron, durante mucho tiempo, en algún escritorio de Bucareli.