The Economist hizo algunos cruces de información que permiten evitar que la anterior afirmación sea producto de un acto de amargura pues sostiene que el PIB explica más de la mitad de la variación en las medallas olímpicas entre países, desde 1960.
Para nivelar el campo de juego, también se tomó en cuenta el tamaño de la población de un país. En teoría, los países más grandes deberían tener una mayor reserva de talentos, lo que se reflejaría a través de la clasificación por medallas por millón de habitantes. México, desafortunadamente, no ha sido referente, pero la nación insular de Jamaica es la que ha tenido el mejor desempeño en los últimos 24 años pues ha obtenido 63 medallas y la mayoría de éstas proviene de una sola disciplina: el atletismo.
En economías emergentes, donde el dinero siempre es escaso, la voluntad de alguien y el acompañamiento de guerreros aliados, suelen ser algunos de los mecanismos para llegar a cualquier meta. Incluso, más que en el apoyo institucional, hay quienes recurren a creencias divinas para fortalecer la mentalidad que los pueda llevar a la tierra prometida. En México, el sistema es lastimero, esquelético, desatento, ruin.
Después de este primer balance, y al margen de los análisis que corresponden a los expertos en temas deportivos, muchos son los mensajes que arrojan las Olimpiadas y que en buena medida todos ocurren en todas partes y en todo momento…
En el mundilllo de los expertos en comportamiento humano corre un estudio que analiza el grado de felicidad que las medallas provocan en los atletas. Así, cualquiera sabe que el atleta que gana el oro registra el estado máximo de felicidad y, en consecuencia, quien le seguiria tendría que ser el de plata. Pero no es así. Es el medallista de bronce. El atleta que se ubica en la segunda posición piensa que no ganó la medalla de plata sino que perdió el oro; mientras que el tercer lugar salta de felicidad porque logró subirse al podio. ¿Quién recuerda al cuarto lugar?
“Así que tenemos la paradoja de un hombre avergonzado hasta la muerte porque es solo el segundo pugilista o el segundo remero en el mundo. El hecho de que sea capaz de vencer a toda la población del planeta, menos a uno, no significa nada; se ha desafiado a sí mismo para vencer a ese uno, y mientras no lo haga, nada más cuenta”, dicen lo autores del análisis.
¿Esto suele ocurrir en la vida diaria? Absolutamente. Alguien que recibe un aumento del 5% podría estar más feliz que quien recibe un incremento del 8%, si el primero esperaba menos que el segundo; un estudiante que se queda a un punto de obtener una A y recibe una B podría fácilmente sentirse menos satisfecho con la calificación que alguien que se encuentra en un promedio más bajo.
Ser uno de los mejores puede no ser tan gratificante como podría parecer. La existencia de un "mejor" rival puede transformar una gratificante apreciación de lo que uno es en una inquietante preocupación por lo que uno no es, sostiene William James, uno de los autores del análisis en cuestión.
Roberto Castellanos, profesor de la FCPyS de la UNAM, explica que los grados de satisfacción y felicidad son relativos, ya que dependen de las comparaciones que solemos hacer entre ciertos elementos de nuestra vida frente a lo que podrían registrar otras personas. Y eso no significa que así sea. “Eso ocurre con el ingreso, porque no importa solamente la cantidad de recursos que tienes sino contra quién estás contrastándolo. Pero eso pasa también en muchas esferas de la actividad humana”.
Con la colaboracion de Lina Martínez, directora de POLIS, el Observatorio de Políticas Públicas que asesora a gobiernos y empresas en el diseño y evaluación de políticas públicas y sistemas de evaluación para el bienestar de los individuos, se comparten algunas lecciones de la vida olímpica y que pueden ser aplicadas en la vida diaria.
Las satisfacciones más gratas se cocinan a fuego lento. Un deportista de alto rendimiento que ha hecho historia consagra su vida a una causa, a un propósito, entiende la velocidad de cada proceso y lo vive con la paciencia que éste requiere. Ahora, uno de los mandatos de estos tiempos es buscar, como sea, resultados inmediatos, rapiditos, por lo que esperar a que las cosas surtan efecto no es hoy una cualidad tan popular, pero habría que entender que la paciencia y la disciplina traen consigo placenteras recompensas cuando se alcanza un objetivo.
Bienvenidos los fracasos. Los deportistas de alto rendimiento se exponen 24/7 al fracaso, pero lo hacen parte de su proceso de aprendizaje. Nadie se levanta de la cama pidiéndole al universo que le envíe un fracaso, pero definitivamente si no se aprovecha el proceso que implica aprender de lo que salió mal, no hay forma de crecer y de adquirir el atributo de la resiliencia. Cuidado con fracasar y quedarse en el fango del fracaso porque, ahí, no se encuentran los aprendizajes ni los atributos que uno necesita para construir mejores versiones de sí mismo.
Fabrica tu propia narrativa interna. Buena parte de los días nos comunicamos con esa banda sonora que siempre nos acompaña y que se integra por toda una serie de pensamientos con los que cada uno crea y planea, se alegra o se entristece, colabora o conspira. Si la narrativa de ese playlist es muy negativa, vendrán los pensamientos que nos dirán que no somos capaces ni lo suficientemente buenos para lograr los objetivos. Por lo tanto, en un país donde la movilidad social no existe, un buen playlist es instrumental para desplegar los recursos emocionales para conocerte mucho mejor.