Manuel Mendoza espera con ansias que lo llamen de Walmart Cuitláhuac. Durante tres años y medio ha sido cerillo en esa tienda. Ahí aprendió a ser más ágil para empacar los productos, a reír con sus compañeros de la tercera edad y a reafirmar que tiene la energía y el entusiasmo para seguir trabajando.
Los adultos mayores ansían volver a empacar en los supermercados
Hace tres meses lo mandaron a casa, a causa del COVID-19. El aviso fue muy claro: se retiran de las tiendas todos los cerillos que sean adultos mayores y su reintegración ocurrirá cuando sea seguro. No le sorprendió la noticia porque –al tener 79 años- es parte de la población vulnerable.
El señor Manuel no sabe cuándo volverá al ruedo. Sin embargo, anhela que sea pronto. Los días se le hacen muy pesados y largos. No está acostumbrado a quedarse quieto, y aunque en casa pasa más tiempo con su familia, extraña la jornada laboral.
Recuerda que su primer empleo fue como chofer de una familia restaurantera. “Solía andar por Jardines del Pedregal. Mis jefes eran los dueños de los restaurantes La Tablita. Ellos me dieron el seguro social y gracias a eso pude afiliar también a mi esposa”, menciona.
Se jubiló en 1992, pero no se quedó en casa. Comenzó a manejar un taxi y su ruta fue más allá del suroeste de la Ciudad de México. Iba a donde lo llevaran los pasajeros. Así se adentró en gran parte de la metrópoli, mientras conocía a gente nueva y obtenía un ingreso adicional.
Fue chofer de taxi por 14 años, hasta que un incidente le cambió la vida. Lo asaltaron en Cuautepec. Se subieron al taxi tres hombres con pistola y lo despojaron del vehículo. Después de eso se volvió hipertenso. También le salieron unas manchas en la piel y el doctor le prohibió exponerse mucho al sol.
“Entonces estuve sin trabajar varios meses, nada más veía la televisión, comía y engordaba. Igual que ahora. Trato de moverme, caminar y hacer trabajos en casa, pero la rutina no es la misma. Cuando era cerillo me levantaba a las 4:30 de la mañana. Me bañaba, me ponía mi uniforme, desayunaba y salía a las 6:30 de la mañana. La tienda me queda a 20 minutos caminando. Ése era mi día a día”, cuenta.
Con emoción narra que por andar de curioso se convirtió en empacador de Walmart. Fue a comprar la despensa con su esposa. Al llegar a la caja de cobro vio que el cerillo en turno era un adulto mayor. Y que no era el único. Así que sintió curiosidad y preguntó a la jefa de cajas cómo podía entrar de cerillo.
Le dieron un papel con las indicaciones a seguir. Tenía que presentarse en la Academia del Anciano con una copia de su CURP, credencial de elector y comprobante de domicilio. Ahí le hicieron un examen y una breve entrevista y le entregaron un documento que tenía que presentar en una de las oficinas del Inapam.
“Por un momento creí que no me iban a aceptar porque en la academia me dijeron que ya me había pasado de la edad. Que es de 60 a 65 años. Aun así, pasé el examen. Ya en el Inapam me preguntaron en qué tienda iba a trabajar. Y me dieron otra hoja que presenté en el Walmart. Ahí fue cuando ya me quedé”, dice.
Ese día le dieron a elegir horario. De 7:00 am a 1:00 pm, de 1:00 pm a 6:00 pm o de 6:00 pm a 11 pm. El señor Manuel prefirió el primer turno, de martes a domingo. La jefa de cajas le explicó que tenía que vestir pantalón negro, camisa blanca y chaleco negro. Y que, por cada media hora trabajada debía descansar otra media hora. Así era la operación.
“Al principio me costó un poco de trabajo porque no sabía cómo hacerlo. No sólo es guardar las cosas como caiga, hay que seleccionar las mercancías. Y lo que se necesita es rapidez porque las cajeras nada más avientan los productos, uno tras otro. A veces también hay mucha gente formada, y lo que quieren es salir pronto”, menciona.
Ya tenía habilidad para abrir las bolsas de plástico. Cuando las prohibieron, su labor se tornó un poco más fácil. Ahora guardaba la mercancía en las bolsas ecológicas, que son más grandes, o en el mismo carrito de compras. En sus descansos solía platicar con sus compañeros. A veces acomodaba los carritos o las canastillas que la gente dejaba fuera de su lugar. Siente que la jefa de cajas le llegó a tomar cariño, y que siempre hubo un buen trato hacia él y hacia los demás cerillos.
En promedio, Manuel Mendoza ganaba 200 pesos por día. Esto es, 4,800 pesos al mes. Un ingreso extra que para él significaba mucho. Hoy día, vive con su esposa y con su hija de 42 años, quien padece reumatismo. Desde que retiraron a los cerillos de las tiendas, solo se mantienen con la pensión del señor Mendoza: 3,200 pesos mensuales que no son suficientes para pagar los gastos del día a día.
Ser cerillo significa ser un trabajador voluntario. Por eso los empaquetadores que trabajan en las tiendas de autoservicio no pertenecen a la nómina de la empresa, ni hay un contrato de por medio.
Claudia de la Vega, directora de Asuntos Corporativos de Walmart de México y Centroamérica, confirmó que ante la disyuntiva que presentan las circunstancias actuales en México, eligieron velar por la salud de los adultos mayores que se desempeñaban como empacadores voluntarios en sus tiendas y por ello pidieron su retiro. “Pero, a pesar de no ser empleados de Walmex, les dimos un apoyo económico para sobrellevar esta crisis y a principios de abril les entregamos una despensa con alimentos básicos para dos semanas”, indicó.
Esto no es un despido o el fin de los cerillos en las tiendas. De la Vega asegura que reincorporarán a los cerillos cuando la autoridad lo disponga y sea seguro. Es un hecho que el señor Mendoza ya utilizó los 1,000 pesos que Walmart le entregó en una tarjeta, así como la despensa que le envió a su casa. Por ahora, espera paciente y mantiene lista su vestimenta para regresar a sus labores cuando sea llamado.
“Mantengo la esperanza de que sí me hablarán para que regrese. Sé que ya me pasé de la edad, pero tengo todas mis facultades. Mi presión está controlada y no me falla nada. Extraño la tienda y, sobre todo, convivir con mis amigos. Yo me juntaba mucho con Raúl, otro cerillo. No me sé su apellido. Espero que se encuentre bien”, expresa Mendoza.