En noviembre, Bolsonaro fundó su propio partido, Alianza Por Brasil (APB), que pregona el "respeto a Dios y la religión", la "defensa de la vida desde la concepción" y la legalización del porte de armas.
Si concluye a tiempo su registro ante la justicia electoral, APB tendrá su bautizo en las municipales de octubre de 2020.
Choque con la realidad
Otros analistas ven la agitación permanente como una confesión de impotencia.
Paulo Guedes logró la aprobación por el Congreso de la reforma clave de las jubilaciones, pero la economía tarda en despegar y la desocupación en bajar.
Otras promesas de campaña -como el porte de armas o la inmunidad para policías en operaciones- fueron desechadas por el Congreso o frenadas por la corte suprema.
El temor del sector agropecuario a perder mercados en Asia y Medio Oriente obligó a Bolsonaro a bajar el tono frente a China comunista y a aplazar la mudanza a Jerusalén de la embajada brasileña en Israel.
Y su voluntad de alineamiento con Donald Trump recibió en noviembre una bofetada, cuando el mandatario estadounidense anunció aranceles para las importaciones de acero y aluminio de Brasil y Argentina.
Bolsonaro consiguió en cambio colocar a radicales al frente de la educación y la cultura, a fin de combatir la "ideología de género" y promover obras "patrióticas".
"Bolsonaro se encontró con la realidad. Todo lo que queda de su discurso extremista es el ataque contra los intelectuales, contra un enemigo que no tiene poder económico para enfrentarlo", afirma Jean-Jacques Kourliandsky, director del Observatorio América Latina de la Fundación Jean Jaurès, de Francia.