Y aunque muchos habitantes del país, sobre todo en las zonas rurales, se sienten aliviados por el fin de la guerra, Afganistán tiene ante sí numerosos problemas económicos, políticos y de seguridad.
Afganistán, donde la ayuda exterior supone el 40% de su PIB, depende del reconocimiento internacional de régimen de los talibanes para desbloquear los fondos soberanos que se encuentran en Estados Unidos y evitar así una catástrofe humanitaria.
Con las ayudas suspendidas, los talibanes se enfrentan a desafíos importantes como pagar a los funcionarios, mantener el servicio de telefonía y comunicación operativo, así como el suministro de agua y energía, toda vez que no se vislumbra un crecimiento económico en el corto plazo.
Los analistas creen que la difícil situación económica puede aumentar el descontento entre los afganos, muchos de los cuáles disfrutaron ,sobre todo en las ciudades, de una mejora de su calidad de vida en los últimos 20 años.
El fantasma de una nueva guerra civil, como la que ocurrió tras la salida de la Unión Soviética en 1989, persigue a Afganistán.
Los talibanes se encuentran en una posición más fuerte de la que tenían durante su primera etapa, en 1996. Muchos de sus mayores rivales del pasado huyeron o fueron capturados, incluidos señores de la guerra como Abdul Rashid Dostum y Ismail Khan.
Y actualmente solo hay una bolsa de resistencia en el valle del Panshir, aunque hay indicios de que podrían negociar con ellos.
Panshir, la provincia afgana que organiza la resistencia a los talibanes
Otro tipo de amenaza es la que representa el Estado Islámico. Ambos grupos se ven a sí mismos como los estandartes de la yihad, y la rama local del EI fue muy crítica con el acuerdo entre los talibanes y Estados Unidos.
Además, aún quedan milicias locales que podrían volverse en su contra si no logran llegar a acuerdos con ellos.
Con información de AFP y EFE