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#Crónica: La inflación obliga a los chilenos a cambiar sus hábitos de consumo

Los precios al consumidor han aumentado más de 12% en el último año, lo que ha obligado a los habitantes de Chile a modificar la manera en la que realizan sus compras.
vie 05 agosto 2022 05:04 AM
Un hombre vestido con una camiseta de rayas se rasca la cabeza, con una bolsa de la compra con los productos subiendo en forma de flecha ascendente en frente y una bandera de Chile de fondo.
El ministro de Hacienda de Chile, Mario Marcel, señala que no se espera que la inflación ceda hasta finales del año.

SANTIAGO, Chile- Chile es uno de los países con la economía más estable en América Latina. Vecino de un país acostumbrado a precios que suban casi todas las semanas, Argentina, la inflación parecía un mal que sufrían los otros, pero que no cruzaba la cordillera de los Andes.

Esto, sin embargo, ha cambiado para la mayoría de los chilenos. La inflación que está azotando al mundo también golpea a los consumidores de esta nación andina cada vez con mayor fuerza.

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El Índice de Precios al Consumidor de Chile ha tenido una variación anual de 12.5% a junio de 2022, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) chileno. Por componentes, los precios de Alimentos y bebidas no alcohólicas han presentado una variación anual de 18.5%.

Para contenerla, el Banco Central de Chile ha implementado una agresiva política de aumentos de la tasa de interés, que actualmente se ubica en 9.75%. En julio del año pasado, el Central elevó la tasa desde el mínimo técnico de 0.5% a 0.75%, recuerda la agencia Reuters.

“El deterioro de las condiciones financieras globales ha sido más rápido e intenso que lo previsto”, señala el Banco Central en un comunicado. “En medio de una elevada incertidumbre interna, esto ha llevado a una fuerte depreciación del peso. En el corto plazo, estos desarrollos provocarán un alza adicional de los precios internos, en un contexto en que la inflación y su persistencia ya son elevadas”.

El ministro de Hacienda, Mario Marcel, ha dicho que aunque la política monetaria está comenzando a surtir efectos, no se espera una disminución marcada de los precios hasta finales de este año.

“Solo hacia final de año vamos a empezar a ver descender eso (la inflación) como producto de la política monetaria que ha estado aplicando el Banco Central, y también la normalización del tipo de cambio y una evolución un poco más favorable de los precios internacionales”, dijo este miércoles en una conferencia de prensa.

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Con este escenario, los chilenos de todas las clases sociales se han tenido que adaptar a los altos precios al consumidor, con cambios en su hábito de consumo, que han ido desde cambiar los lugares donde compran, los productos y las cantidades que consumen, e inclusos sus actividades.

Evitarse lujos y comprar lo justo

“Caserita, ¿cuánto le peso?”, es la pregunta que se escucha en cada puesto.

Los vendedores buscan terminar pronto con sus productos. Pasan de las 14:00 horas del domingo —el día en el que muchas gente va a surtir su despensa— y aún tienen mucha fruta y verdura fresca, lista para irse en uno de los carritos de las personas, en su mayoría mujeres, que vienen haciendo la compra de la semana.

feria de Ñuñoa
Ñuñoa es un sector de clase media de Santiago de Chile.

Estamos en la Feria Libre Yolanda Becerra en Ñuñoa, un sector de clase media en el oriente de Santiago. Las “ferias” son mercados ambulantes, parecidos a los mercados sobre ruedas o tianguis de México, donde se puede comprar principalmente productos frescos, como frutas, verduras y algunos embutidos.

La feria cierra en menos de dos horas. Después de ese horario, tienen que recoger sus puestos, que se extienden apenas una cuadra en una banqueta al costado de una escuela primaria, por eso la prisa por terminar con sus productos. “Dejan todo limpio, parece que nunca hubieran pasado por aquí”, dice Luisa, una de las clientas de la feria.

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Luisa es mexicana y se mudó a Santiago de Chile hace cinco años con su pareja. Es diseñadora de UX y junto con su novio, un programador, vive en un departamento de dos recámaras en esta comuna de la capital chilena.

“Mis amigos me critican por comprar en esta feria, dicen que es muy cara, pero es la que me queda más cerca del departamento”, comenta mientras caminamos a la feria, a unos 300 metros de su casa.

Luisa admite que solo va a la feria a comprar la fruta y las verduras que ella y su pareja consumirán en la semana, por lo que evita comprar por kilo y adquiere una o dos piezas de verduras como cebollas, tomates y calabacines. “Es para evitar el desperdicio”, se justifica.

“¿No quiere llevarse mejor el manojo? Si le vendo solo una betarraga (betabel), le va a salir mucho más cara”, trata de convencerla una de los vendedoras de la feria. “No, muchas gracias, la betarraga no me gusta, pero me estoy obligando a comerla”, le responde, para evitar comprar cinco de las verduras, que terminarían echadas a perder en su refrigerador.

Es complicado encontrar precios menores a “una luca” (1,000 pesos chilenos). Algunas frutas, como el aguacate (o palta), incluso superan los 5,000 pesos el kilo, lo que equivale a más de 100 pesos mexicanos, a pesar de que Chile es productor. A pesar del costo, Luisa se lleva dos aguacates.

“Lo que siempre sube mucho en invierno son los pimientos. Ahora cada uno cuesta una luca, cuando en verano podía comprar tres por 1,000 pesos”, cuenta Luisa.

Puesto que vende tomates, apio, pepino y otras verdudas.
La mayoría de los precios son mayores a 1,000 pesos chilenos, poco más de 20 pesos mexicanos.

A pesar de estar en un mercado, la mayoría de las transacciones se realizan a través de medios bancarios, como tarjetas y transferencias. El efectivo es algo raro en la feria. “Es algo que me gusta mucho de Chile, que todo lo puedo pagar con la tarjeta, cuando voy a Tijuana —ciudad de la que es originaria— me choca tener que cargar con efectivo”.

Luisa aclara que esta es su compra complementaria. Ella adquiere la mayoría de su despensa en línea, a través de la aplicación Corner Shop, de origen chileno, pero que fue adquirida hace unos años por Uber.

“Entre mi pareja y yo hemos tratado de armar una despensa que vaya entre 100,000 y 120,000 pesos cada quincena (2,250-2,700 pesos mexicanos). Tratamos de no pasarnos de eso”, explica.

Esta quincena, por ejemplo, Luisa comenta que tuvo que quitar de su carrito en la aplicación una tabla de quesos y carnes frías, un lujo que a veces se da, porque el total del carrito se iba muy arriba. “Podemos vivir sin eso, sabes”.

La diseñadora de UX dice que donde ha resentido más la inflación es en los precios de los restaurantes. Los datos del INE muestran que los precios de restaurantes y hoteles han aumentados 18.5% en comparación con el año pasado.

“Antes, una comida en un restaurante más o menos bueno podía salirte en unas tres o cuatro lucas, ahora puede costarte hasta siete. Por eso hemos estado saliendo menos y comiendo más en casa”, indica Luisa.

Sin embargo, la diseñadora admite que se encuentra en una situación cómoda en comparación con otros chilenos.

“Te soy sincera, no he sentido un cambio radical en mi vida por la inflación, pero la verdad es que estamos en una buena situación, tenemos ahorros. No me quiero imaginar cómo lo debe estar pasando la gente que vive con lo justo”.

Buscar más ingresos

“El día está flojo”, dice un vendedor de pescado en el Mercado Central de Santiago. Normalmente los domingos son un buen día, pero desde hace meses ya no hay días buenos para los locatarios.

Puesto de pescado en el Mercado Central de Santiago
Los precios de los alimentos han tenido una variación anual de 13.5%

Tanto vendedores como los empleados de los restaurantes insisten a las personas que se pasean con su carritos por los pasillos del mercado para que se detengan y compren un poco más.

“La gente ya no compra lo mismo, ahora compran más medios kilos que kilos completos o de plano, compran uno o dos pescados”, comenta Leo, un empleado de otro puesto, mientras termina de limpiar un kilo de merluza, un pescado blanco.

El salmón, uno de los productos estrella del mercado, es tan caro para algunos, que prefieren sustituirlo con otros pescado más económicos.

“A mí me sigue yendo bien, ¿sabe cuál es mi secreto? Trato bien a los clientes. Así, la gente te recomienda con la familia, con los amigos. ¿A quién le haces más caso cuando te recomienda algo? A un amigo, a tu mamá. Por eso me ha ido bien”, presume el propietario de otra pescadería, pero a la vez, solo un par de clientes se han detenido en el local para comprar un kilo del pescado más económico.

A una cuadra de este mercado, hay una fila para entrar al mayorista, un supermercado que promete ofrecer precios más bajos.

Para los chilenos que viven con lo justo, el aumento de los costos de vida, como los alimentos y el transporte —cuyos precios han aumentado 24.4% en los últimos 12 meses— ha hecho que busquen nuevas maneras de ganar más dinero y aumentar así el ingreso familiar.

Una opción por la que algunos se han inclinado son los persas —mercados de pulgas donde venden objetos de segunda mano, como ropa, zapatos y artículos para el hogar— a precios muy bajos.

“¿Qué tanto me puedo conseguir? ¿10 lucas? No es mucho, pero por lo menos con eso ya puedo ir a la feria y comprar la fruta de la semana y no gasto lo de mi pensión”, dice Lita, una mujer de 67 años que vende en una feria cerca de su casa, en un barrio en el sur de Santiago.

Al igual que muchas personas de su edad, Lita debe seguir trabajando aunque recibe desde hace tiempo su pensión, pero es tan baja que se ve obligada a seguir trabajando para poder sobrevivir.

Nos encontramos en La Vega, Central, un enorme mercado de abasto cerca del centro de Santiago donde muchos chilenos vienen a hacer las compras para obtener mejores precios, así como para conseguir productos de mayor variedad.

Al final del día, hacia las 16 horas, algunas personas también buscan entre las frutas y verduras que los locatarios sacaron, alguno que se puede aprovechar.

“A mí no me da vergüenza recoger. La fruta y la verdura que sacan casi siempre está todavía buena para comerse, solo hay que lavarla bien, quitarle lo que esté maltratado. La pico y la guardo en el congelador. Solo no se lo digo a mi esposo, a él sí le avergonzaría”, admite Lita.

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