Muchos de nosotros, la gran mayoría, nos encontramos encerrados en casa. Esta contingencia nos ha llevado a una nueva situación, para muchos desconocida y desconcertante. El tiempo se detuvo. Ya no corremos. Podemos cocinar, regar nuestras plantas, ver a nuestros compañeros de ruta más que un minuto en las mañanas. Todo eso es una novedad.
Muchos también, los que podemos, estamos trabajando desde casa. En mi caso dando sesiones virtuales, brindando un espacio a mis coachees para escucharse, expresarse, desahogar la incertidumbre… un momento para ellos. Sin embargo me ha tocado en algunos casos, en línea, conocer a sus hijos, a sus mascotas, a su pareja… y ver su espacio cotidiano. Para mí, un privilegio. Para ellos, algo inusual.
Personalmente me enfrento a hacer home office al mismo tiempo que vigilo las tareas de mis 3 hijos, celebro su octavo cumpleaños en el encierro, organizo la casa con mi esposo, planeo sesiones a futuro, reorganizo viajes que se pospusieron… pero algo me ha llamado la atención: tengo tiempo para detenerme a pensar.
Llevo un par de semanas leyendo muchas recomendaciones para hacer home office: elige un lugar para trabajar, ¡quítate la pijama!, respeta tus horarios de comida, no te desconectes de tu equipo… No te desconectes. De tu equipo. De afuera. ¿Y qué pasa hacia adentro? ¿Cuánto hace que no conectas contigo?
En esto de tener tiempo para pensar, cosa peligrosa en estos días, me he puesto a analizar lo que hago, y por qué lo hago. Qué me mueve, qué me motiva. ¿Y tú? ¿Por qué haces lo que haces? ¿Cuál es tu aportación a tu equipo, a la organización? ¿Qué tanto sabes de ti y lo que te mueve?