Las cicatrices de la pandemia se manifestarán, en muchos de nosotros, como principios paranoicos que condicionarán las formas y los fondos: una tos que antes era sólo eso, a partir de ahora, y por varios años, nos generará especial preocupación.
El uso de productos desinfectantes (gel, aerosoles, jabones, etc.) se convertirán en parte de la canasta básica en un sector de la población y, cuando aparezca la vacuna, seguramente será parte de la consulta anual con el doctor.
Pero lo que tendrá más impacto en nuestros hábitos de comprar, divertirnos, comunicarnos, y un sinfín de etcéteras, será la total adopción de la tecnología. Y no me refiero únicamente a las generaciones que naturalmente lo hacen (menores de 35 años), sino para todos aquellos a los que por edad, o simplemente por desidia, nos habíamos mantenido con cierta, y en nuestro entender, sana distancia, sabiendo que siempre habría un joven presto a entrar en nuestra ayuda.
Acéptalo, le has hablado a alguno de tus hijos cuando no puedes poner la película de streaming en la televisión o cuando tu teléfono se bloquea.
Lo importante no es saber que existe una virtualización de los servicios, esta es una macro tendencia que inició hace 10 años; lo que sí es en extremo relevante es, por una parte, que al terminar la crisis epidemiológica se habrá dado un salto cuántico en la adopción de nuevas tecnologías y, por otra, es que, los desarrolladores de dichos modelos incorporarán a un grupo de personas de 35 años y más, que representan cerca del 40% de la población y en quienes, hasta hoy, no habían pensado.