Luego, los judíos, guiados por el profeta Moisés, quien con la ayuda de Ha Shem partiría el Mar Rojo en dos, salieron en libertad hacia la tierra prometida.
Este pasado Pesaj la que escribe, por el mandamiento de Susana Distancia, no pudo tener el rito en compañía de su tribu. En cambio, en su soledad sí tuvo la oportunidad de zambullir su dedo meñique y enumerar las plagas que azoran el mundo: COVID-19, sobreoferta y caída de los precios del petróleo, desplome en los mercados bursátiles, recesión global, desempleo y para coronar nuestra desdicha, una disputa entre Arabia Saudí y Rusia sobre las cuotas de producción del crudo que convocó a la reunión singular de los países productores de petróleo fueran estos OPEP o no OPEP. Por lo mismo, ésta ha sido llamada OPEP plus.
Casual, e irónicamente, esta reunión sucedió en la misma semana de la fiesta de Pesaj cuya imaginería está poblada por los animales que típicamente convivían con los hebreos de antaño, en particular, las cabras. Estos animalitos eran especialmente preciados por ser inteligentes, modestos y cariño. En la cena de Pesaj los chivitos tienen una canción especial.
En esos días, sin embargo, cuando varios países árabes, junto con otros de África, las Américas y Asia, se sentaron de forma virtual, para acordar una reducción en la producción del crudo, para levantarlo, de repente irrumpió en la reunión, no la proverbial cabra a la que cantamos en Pesaj, sino una tozuda chiva en cristalería.
Las relatorías de dicha reunión narran que la secretaria Rocío Nahle, frente a las mayores autoridades energéticas de esos países, protagonizó en un papel disruptivo dando topes mientras se negaba a recortar la producción nacional por 400,000 barriles diarios, mientras que a la vez se notaba insegura de sus conocimientos técnicos, y carente de toda autonomía de decisión.