Las organizaciones no pueden perder de vista que las decisiones que tomen hoy las sustentarán en el largo plazo. Por ello, saben la importancia de planear cuidadosamente las acciones que llevarán a cabo en los próximos 18 a 24 meses, a fin de iniciar con mayor certidumbre el camino hacia la recuperación económica.
Ciertamente, no es una tarea sencilla: no hay aún una manera precisa de prever lo que sucederá, pero es posible tener una idea del panorama de los posibles escenarios a los que se enfrenten en el futuro.
Escenario optimista
Imaginemos que la pandemia se atenúa antes de lo anticipado gracias a las medidas públicas efectivas y la realización de pruebas para contener el virus y salir de la crisis en unos meses; se vuelve a retomar la “normalidad”, aunque no de la misma manera y se llevan a cabo más actividades empresariales y sociales en línea.
En Asia, el brote de coronavirus se retrae y las cadenas de suministro se recuperan aunque, por el desfase, Europa y Estados Unidos no se han recuperado del todo. Por otra parte, se acelera el desarrollo tecnológico para reforzar las actividades laborales, educativas y comerciales en línea, y se reconoce a las instancias de gobierno por su trabajo para mantener a raya la pandemia.
En este contexto, la actividad económica podría reactivarse antes de que termine el 2020. Si bien lenta en un inicio, la recuperación se aceleraría en el segundo semestre del siguiente año, a medida que los consumidores recuperen la confianza. Los países de la Unión Europea y Estados Unidos enfrentarían una profunda recesión, de la cual saldrían rápidamente, aunque las pequeñas y medianas empresas quedarían seriamente afectadas.