Como decía Octavio Paz, “La mucha luz es como la mucha sombra: no deja ver”. Lo mismo ocurre con las fortalezas. Cuando una se usa demasiado se vuelve “brillante en exceso” y tiene un impacto negativo en ti y en los demás. Se convierte en un hábito tóxico.
Por ejemplo, en el área comercial, saber hacer las preguntas correctas para identificar la necesidad del cliente y ofrecer la mejor solución es lo adecuado.
En este sentido, emplear tu fortaleza de “curiosidad” sería de mucho valor. Sin embargo, la sobreutilización de la curiosidad puede llevarte a hacer demasiadas preguntas sobre un tema sensible a un nuevo cliente temeroso. En este caso ya no es un rasgo positivo llamado curiosidad, si no te conviertes en un vendedor intrusivo o entrometido.
En otras palabras, si abusas de tus fortalezas las llevas a la situación equivocada y pierdes el panorama general de la situación, malinterpretando al cliente o el contexto en el que estás.
Veamos otro ejemplo: la perseverancia al momento de vender. Emplear esta cualidad en su justa medida es muy positivo, pero imagínate un gerente de ventas atrapado en su tendencia perseverante e insistiendo en vender un producto. El gerente empecinado, mientras su equipo considera que ese producto no es viable vender este año y es mejor simplemente renunciar a él y enfrentar los costos irrecuperables; pero el gerente, que ya no usa el rasgo positivo de la perseverancia sino su terquedad, sigue adelante a pesar del impacto negativo en su salud y en el equipo.
Por cierto, si no tienes claro cuáles son tus fortalezas, te recomiendo contestes este diagnóstico gratuito que te ayudará a identificarlas.
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Cuando obtengas tus resultados notarás que es una lista de 24 fortalezas. Presta atención a las primeras cinco: esas son tus fortalezas insignia, es decir, las que actualmente están más desarrolladas en ti. Con base en esas cinco, revisa si estás haciendo un uso excesivo de alguna de ellas.