Como primer punto, con la pandemia, se necesitan implementar nuevas medidas de protección para la salud en sitio y los elementos sociales deben de tomarse en cuenta más que nunca, esto significa que los costos y tiempos de los proyectos deberán ser revisados. Esto requerirá obligatoriamente la integración de cambios para asegurar la correcta ejecución y manejo del impacto social y ambiental de los proyectos.
La infraestructura es un bien social; es un servicio esencial que puede fomentar el acceso a servicios médicos, educación, energía y a derechos básicos como agua potable, salubridad y equidad. La infraestructura juega un rol determinante a través del desarrollo de proyectos sustentables para reducir los efectos del cambio climático, el cual ha adquirido también más reflectores tras el brote del COVID-19.
Es necesario un cambio en el paradigma para considerar los parámetros adecuados de resiliencia e integrarlos a proyectos. Es un hecho que debemos impulsar proyectos de infraestructura como parte de la respuesta económica hacia la crisis por COVID-19, por sus atributos como detonador del bienestar social; pero hacerlo sin tener una visión sistemática del futuro en el que las personas tendremos que desenvolvernos sería correr el riesgo de desperdiciar una importante oportunidad de hacer mejor las cosas.
Por ejemplo, los hábitos de las personas están cambiando de forma importante en el ámbito de las ciudades, esto debe tener un impacto en el desarrollo de infraestructura urbana que deberá de tomar en cuenta que hoy las personas trabajan más desde casa, usan el transporte público, y solicitan transporte privado desde casa por medio de una aplicación.
OPINIÓN: Confianza, factor crítico para liderar la recuperación empresarial
La pandemia ha expuesto aún más las desigualdades sociales de clase, raza y género, y que la noción de “trabajadores esenciales” ha enfatizado algunas de las verdades más incómodas de nuestra sociedad moderna.