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Repensar el poder

El poder como elemento no es ni bueno ni malo en sí mismo, sino que constituye una herramienta que debe emplearse por el líder con determinación y responsabilidad.
lun 11 diciembre 2023 05:58 AM
Repensar el poder
Instaurar una dinámica de autoritarismo y malos tratos hacia el personal es inaceptable, además de delatar falta de competencia e inseguridad de quien abusa del poder, señala Guillermo Fournier.

(Expansión) - La evolución humana ha permitido la organización de estructuras sociales complejas, de la mano de reglas y principios que buscan promover la sana convivencia entre las personas.

Dentro del orden establecido en las civilizaciones, a lo largo de la historia, el concepto del poder ocupa un lugar destacado. Ya sea que hablemos de fuerza o influencia, solemos admirar -o también repudiar- a quienes detentan estas aptitudes.

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Y es que evidentemente los grandes personajes del pasado y del presente han ejercido una posición de poder y liderazgo para lograr sus cometidos. Virtudes como la inteligencia, la capacidad de persuasión y el carisma son características de los hombres y mujeres que trascienden.

Así, cabe decir que el poder como elemento no es ni bueno ni malo en sí mismo, sino que constituye una herramienta que debe emplearse por el líder con determinación y responsabilidad.

Del mismo modo que un martillo puede utilizarse para edificar una casa de madera, o para golpear a alguien y causarle heridas de gravedad, el poder puede generar muchos beneficios o enormes daños.

Sin embargo, gran parte de la población asocia el término poder con una connotación negativa. Al escuchar esa palabra, probablemente viene a su mente el recuerdo de un mal jefe, un gobernante corrupto o un famoso impresentable.

Lo anterior es preocupante, porque la pérdida de legitimidad de quienes toman decisiones y ocupan cargos de liderazgo indica una suerte de decadencia social que pudiera derivar en inestabilidad y polarización.

La perversión del poder deviene cuando lo único que se busca es gozar de los privilegios de una posición de mando. La carencia de escrúpulos lastima la credibilidad de cualquier líder.

Para plantearlo de forma contundente: el poder nunca debe ser entendido como un fin, sino como un medio para alcanzar objetivos y mejorar la realidad, a través del cambio.

Tanto en la empresa como en las organizaciones no gubernamentales, pasando por el sector público, los altos directivos están llamados a asumir un rol de compromiso y diligencia para dar resultados, de modo honesto.

Aquí entran la dimensión ética y la visión humana que deben arraigarse en aquellas personas que aspiran a ejercer el poder en cualquiera de sus modalidades. En este sentido, el papel de la formación es crucial: repensar el poder se torna apremiante.

Ejercer el poder correctamente es fomentar el trabajo en equipo, con el propósito de impulsar las cualidades de cada integrante del grupo profesional, en un entorno de complementariedad, confianza y respeto.

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En cambio, instaurar una dinámica de autoritarismo y malos tratos hacia el personal es inaceptable, además de delatar falta de competencia e inseguridad de quien abusa del poder.

Más aun, la primera virtud del liderazgo es la generosidad; por eso se dice que el poder solo se usa cabalmente cuando es ejercido para servir a los demás. Esto es verdad, pero la noción del poder a veces nubla el juicio de quienes lo detentan.

Cuando se ocupan posiciones de mando es preciso comprender que el poder es pasajero y solo genera satisfacción en la medida en que se ejerce con responsabilidad y sentido ético.

Como corolario, la humildad es, tal vez, la virtud que más requiere trabajar la persona con poder, ya que es fácil ceder ante la arrogancia y la intransigencia al asumir un puesto de cierta relevancia o estatus.

Revalorizar el poder para devolverle la decencia a la dirección de proyectos y empresas merece ser una prioridad para las nuevas generaciones de líderes, ante los enormes desafíos de una era contemporánea marcada por el cambio.

Poner en primer lugar el humanismo es urgente, ya que la brújula moral es la que conduce a las personas con poder por el buen camino. A fin de cuentas, si el propósito del ejercicio del poder no es mejorar el entorno, entonces el ejercicio del poder no tiene mayor sentido.

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Nota del editor: José Guillermo Fournier Ramos es docente en la Universidad Anáhuac Mayab. Vicepresidente de Masters A.C., asociación civil promotora de la comunicación efectiva y el liderazgo social. También es asesor en comunicación e imagen, analista y doctorando en Gobierno. Síguelo en Twitter y en LinkedIn . Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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