En los tiempos actuales, los cambios, las evoluciones y las transformaciones llevan un ritmo de vértigo. Se requieren líderes que adopten una consciencia activa para la innovación y la creatividad, capaces de liderar el cambio, dirigir en el cambio y para conducir a sus empresas a la diferenciación competitiva en los mercados. Sin embargo, esto es verdaderamente complicado, porque va en contra de la naturaleza humana.
Una buena parte de la dificultad radica en nuestra neurobiología funcional. Uno de los atributos con los que los humanos venimos “precargados” es la forma en que procesamos los estímulos y generamos respuestas a los mismos. Nuestro cerebro está conformado por billones de neuronas conectadas entre sí conformando trillones de puentes funcionales para recibir, procesar y responder a los estímulos que reciben nuestros sentidos.
De esta manera, nuestra memoria registra experiencias que se convierten en aprendizajes y a su vez fortalecen las conexiones y rutas nerviosas que los conformaron. Esto determina nuestras respuestas y nuestros comportamientos ante estímulos similares.
En relación directa: a mayor número de veces que exhibamos ciertos comportamientos, más automáticas y más rápidas serán nuestras respuestas. La naturaleza nos ha equipado con estos mecanismos protectores para no tener que procesar desde cero los estímulos y generar nuevas respuestas en cada ocasión. Aunque útiles para la supervivencia como especie, en el mundo ejecutivo esto se asocia a una pobre inteligencia emocional y a una dificultad para desarrollar un pensamiento creativo e innovador.
Bradberry y Graves, en su libro Emotional Intelligence 2.0, establecen que sólo el 36% de las personas son conscientes de sus emociones. Esto significa que dos terceras partes de las respuestas de la población a los estímulos son controladas por sus emociones.
En lo referente al terreno de la innovación y el cambio, estos mecanismos neurobiológicos condicionan en gran medida la complicación ejecutiva para la innovación y la creatividad. Nuestra naturaleza es dejar las cosas como están, con los mecanismos conocidos, respondiendo de manera cómoda a los retos de acuerdo a nuestras experiencias y aprendizajes adquiridos. Lo que también explica que sólo el 8% de los líderes de las empresas destacan tanto en estrategia como en ejecución (HBR, Digital Article, Nov. 2017).
La buena noticia es que nuestro cerebro también tiene una funcionalidad conocida como neuroplasticidad. Esto significa que, a través de esfuerzos conscientes, podemos modificar el aprendizaje. Si nos permitimos el ingreso de nuevos estímulos o información, y lo procesamos fuera de las conexiones neuronales establecidas, tenemos la capacidad de vivir nuevas experiencias y descubrir un vasto universo de posibilidades.