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Los ejecutivos repiensan sus carreras en pandemia

Compatibilizar negocios, viajes y familia es un arte complejo y nadie nació sabiéndolo: se aprende, incluso con las equivocaciones que todos cometemos, opina Nicolás José Isola.
jue 13 agosto 2020 08:00 AM

(Expansión) – A los ejecutivos se les suele pedir que sean humanos pero no siempre se los trata como tales. Muchos de ellos están sedientos de una mirada que los comprenda en sus dudas, insatisfacciones e inseguridades.

En medio de las presiones cotidianas, todos son humanos que buscan que su vida tenga un sentido profundo. Infelizmente, no siempre lo consiguen. Pero, tal vez algo esté cambiando.

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Estamos viviendo un momento único en nuestras vidas. Pocas veces la economía global había recibido un golpe semejante. Muchas compañías no conseguirán sobrevivir a este madrazo. Los ejecutivos de la región y las áreas de capital humano sintieron el cimbronazo externo en su interior. La muerte y la destrucción económica que trajo el COVID-19 generó espacios de introspección inusitados en CEOs y senior managers poco acostumbrados a cabalgar tormentas.

Es razonable, la muerte pone en jaque a los que estamos vivos, nos interroga de frente: ¿cómo estás viviendo?, ¿estás aprovechando tu tiempo?

Esto abre inquietudes genuinas que emergen en muchos líderes. Preguntas que hacen temblar los cimientos aparentemente seguros de muchos perfiles ejecutivos, que, en ocasiones, exageran su fortaleza y se detienen poco para escuchar sus debilidades. Es razonable. El ruidoso frenesí del trabajo cotidiano no deja oír las inquietudes que yacen en las napas interiores.

Para todos nosotros es difícil hacernos tiempo para reflexionar. Sin embargo, este tiempo de cuarentena parece haberse transformado en un espacio propicio para esto.

Quizás los cuestionamientos personales más profundos apuntan a meditar: “¿soy feliz en mi posición dentro de la alta gerencia?”; “¿me siento a gusto con la cantidad y calidad de tiempo que comparto con mi familia?”; “si me pasara algo, ¿me arrepentiría de haber trabajado tanto y haber disfrutado poco?”.

Se entremezcla la felicidad personal con la identidad profesional. Muchos ejecutivos están repensándose: considerando si quieren estar donde están, si con aquello que sembraron ya es suficiente, si se lanzan, de una vez por todas, a aquel emprendimiento personal de consultoría que tienen en la mente desde hace tiempo.

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De modo que el coronavirus despertó a un gigante dormido en ellos: el deseo.

Reavivar el deseo no se trata de retomar el golf como hobby o dedicarle media hora más a la familia, solamente. Eso sería sólo un cambio cosmético. Reavivar el deseo implica escuchar en la propia vida el resquebrajamiento de cierto exitismo hiperactivo o el cansancio de nunca estar del todo satisfechos. Reavivar el deseo es dar lugar a que nazca una intención profunda para el futuro. Una transformación personal. Una identidad más auténtica.

Este fenómeno tiene distintas aristas: hay quienes están repensando la cultura de su propia compañía, el modo en que proyectan sus marcas, la manera en que aprenden a delegar como hasta hoy no lo hicieron, etc.

Otros se centran en reencontrar el sentido que ellos le dan a la vida. El por qué y el para qué hacen las cosas. Buscan desautomatizarse. Salir de ese espacio de velocidad frenética externa que impide el acceso a la caja negra: la de la emociones más hondas.

Aumentar espacios de conciencia sobre el hacer y, sobre todo, sobre el ser. Este último, lamentablemente, ha sido olvidado por muchos de ellos: se dedicaron a ser productivos, pero se olvidaron de ser, sin más.

Una cuestión más. Compatibilizar negocios, viajes y familia es un arte complejo y nadie nació sabiéndolo: se aprende, incluso con las equivocaciones que todos cometemos. Muchas veces escuchamos que precisamos ser empáticos con los demás, pero la clave es empezar con nosotros mismos.

Este preocupante contexto de pandemia parece haber despertado en los ejecutivos una cierta capacidad adormecida para detenerse, percibir y agradecer.

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Estos tres verbos son cruciales en la navegación de cualquier líder que quiera gestionar personas y procesos. Detenerse para no dejarse llevar por la marea (algo que ocurre muy a menudo en el management actual). Percibir para conectar consigo mismo y saber escuchar los vientos de cambio. Agradecer para revalorizar con alegría todo lo que tenemos entre manos.

En ese sentido, el ejercicio de la propia escucha es indispensable para poder no solo trabajar sino ser plenos en el mientras tanto. La plenitud no es una línea de llegada que está en el futuro: es la experiencia de miles de presentes. Es hoy.

Atrevido, el COVID-19 parece haber venido para recordárnoslo.

Nota del editor: Nicolás José Isola es filósofo, master en educación y PhD. Ha sido consultor de la Unesco y actualmente es Coach Ejecutivo, Consultor en Desarrollo Humano y Especialista en Storytelling. Escríbele a nicolasjoseisola@gmail.com y síguelo en Twitter y/o LinkedIn . Las opiniones publicadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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