El mundo supera los 20 millones de casos de COVID-19
De modo que el coronavirus despertó a un gigante dormido en ellos: el deseo.
Reavivar el deseo no se trata de retomar el golf como hobby o dedicarle media hora más a la familia, solamente. Eso sería sólo un cambio cosmético. Reavivar el deseo implica escuchar en la propia vida el resquebrajamiento de cierto exitismo hiperactivo o el cansancio de nunca estar del todo satisfechos. Reavivar el deseo es dar lugar a que nazca una intención profunda para el futuro. Una transformación personal. Una identidad más auténtica.
Este fenómeno tiene distintas aristas: hay quienes están repensando la cultura de su propia compañía, el modo en que proyectan sus marcas, la manera en que aprenden a delegar como hasta hoy no lo hicieron, etc.
Otros se centran en reencontrar el sentido que ellos le dan a la vida. El por qué y el para qué hacen las cosas. Buscan desautomatizarse. Salir de ese espacio de velocidad frenética externa que impide el acceso a la caja negra: la de la emociones más hondas.
Aumentar espacios de conciencia sobre el hacer y, sobre todo, sobre el ser. Este último, lamentablemente, ha sido olvidado por muchos de ellos: se dedicaron a ser productivos, pero se olvidaron de ser, sin más.
Una cuestión más. Compatibilizar negocios, viajes y familia es un arte complejo y nadie nació sabiéndolo: se aprende, incluso con las equivocaciones que todos cometemos. Muchas veces escuchamos que precisamos ser empáticos con los demás, pero la clave es empezar con nosotros mismos.
Este preocupante contexto de pandemia parece haber despertado en los ejecutivos una cierta capacidad adormecida para detenerse, percibir y agradecer.