Primero, debemos considerar que —de forma análoga a los sistemas naturales— el entorno socioeconómico es una pugna de competencias. Es decir, el beneficio lo obtiene aquél que es más capaz de conseguirlo frente a otros actores interesados en el mismo objetivo. Este método no lo inventó John Locke ni surgió con el capitalismo moderno; se trata de un esquema de optimización que surgió con la existencia y la vida misma. Durante miles de millones de años, la supervivencia ha dependido de la adaptación al entorno cambiante y la competencia individual y colectiva.
Históricamente, las tecnologías que hemos cocreado como especie han suplido funciones, no a nosotros mismos. Ni la rueda, prensa o computadoras han ocupado el lugar del hombre en términos generales; son herramientas suprainstintivas diseñadas —consciente e inconscientemente— para ayudar al gen a sobrevivir y a la vida a prevalecer. Lo mismo sucede con los algoritmos digitales actuales (mejor conocidos como IA).
A través de los tiempos, la mayor amenaza del hombre no ha sido ningún instrumento desarrollado per se, ni siquiera alguno de los más potentes como la bomba atómica; ha sido el hombre mismo.
La principal amenaza con respecto a perder tu empleo no es la IA, es otro humano que la utiliza y demás mecanismos que lo dotan de ventajas competitivas.
Por lo tanto, el debate más significativo se da en torno a las competencias que representan la IA y los seres humanos juntos. Actualmente, la forma más común de ser víctimas de dicha coalición es a través de la manipulación conductual. En otras palabras, personas organizadas con instrumentos muy sofisticados para hacer que tú hagas lo que ellos buscan (comprar, votar, etc.), conectando con tus impulsos egoístas para guiar tus comportamientos, lo cual resulta frecuentemente en acciones autodestructivas. Antes de preocuparnos sobre un robot ocupando nuestras funciones, deberíamos ocuparnos entendiendo lo que está sucediendo profundamente.
El antídoto contra la situación anterior y el “secreto” para mitigar el riesgo de perder nuestro lugar en la sociedad y economía es el mismo: creatividad.
Ser beneficiario y no víctima de la IA implica fortalecer tu habilidad de adaptarte al cambio constante e infinito a través de pensamientos que impactan dentro y fuera de la mente. Para conquistar este objetivo es imperativo vislumbrar la esencia y potencia de los instintos, emociones, sentimientos e ideas racionales dentro de la mente. Primero, para identificar aquello que la automatización digital no podrá replicar; segundo, para ganar diferenciadores competitivos y; tercero, para no ser víctimas de otros. Con este antecedente podremos aliarnos con las tecnologías y no ir contra ellas.