En otras palabras, nuestra mente tiene imán para lo malo y teflón para lo bueno.
Aunque suene extraño, el sesgo de negatividad -al que en adelante llamaré sesgo- tiene una razón de ser y es positiva: protegernos del peligro. Si no lo tuviéramos seríamos personas excesivamente optimistas e ilusas. Cometeríamos el error de gastarnos las utilidades del negocio invirtiendo en cosas innecesarias para la empresa.
Gracias al sesgo, sabemos que hay que administrarla con cuidado y revisar qué tipo de gastos se pueden eliminar para sobrellevar la contingencia.
Todo bien hasta aquí. El problema es que con frecuencia se nos pasa la mano de sesgo y eso hace que nos alarmemos de más. Sentimos que la situación nos sobrepasa y surge el estrés, la angustia y el miedo.
Por ejemplo, su exceso hace que sólo tengamos en la mente “No tengo ventas, no tengo ventas”, “sufro...sufro...sufro”. Torturarnos con este mensaje merma la energía y con frecuencia nos lo tomamos personal al grado de pensar “Estoy mal”, “no estoy haciendo las cosas correctamente”.
Así que el reto en estos días es ¿Cómo hacer para que la negatividad no nos rebase?