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OPINIÓN: Arabia Saudita le quita poder a EU gracias a Trump

El presidente estadounidense quitó al país como principal fuente de estabilidad mundial. Ya no honraría las alianzas, los tratados o las tradiciones, apunta Bet Bruen.
vie 10 agosto 2018 01:20 PM

Nota del editor: Brett Bruen es presidente de la firma internacional de consultoría Global Situation Room, Inc. Es profesor adjunto de gestión de crisis en la Universidad de Georgetown y miembro de los consejos de la Universidad de Harvard, la University College Dublin y UNICEF. Bajo la administración Obama fue director de compromiso global en la Casa Blanca y fue diplomático por doce años. Las opiniones en este artículo pertenecen al autor.

El primer gran conflicto global del siglo XXI estalló en Oriente Medio. No involucró a Irán ni a ISIS y, sorprendentemente, tampoco a Israel. La descarga inicial en la batalla por la era post-Estados Unidos provino de Arabia Saudita. La lucha por el poder fue consecuencia de la retirada de Washington del mundo.

Esta semana se han visto dos incidentes que sugieren que la conducta del reino saudita está menos acotada por las maneras occidentales. Primero, el embajador de Canadá hizo una crítica bastante común después de la detención de una activista de los derechos de las mujeres. En lugar de emitir su propia declaración, Riad simplemente rompió relaciones con Canadá. Segundo, un ataque aéreo de la coalición liderada por Arabia Saudita en Yemen que mató a decenas de niños. En lugar de disculparse los sauditas defendieron el ataque aéreo y lo llamaron una operación militar legítima. El mensaje parece claro: ya no sentimos la necesidad de adherirnos a las expectativas externas.

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El presidente Trump renunció al papel de Estados Unidos como principal fuente de estabilidad mundial. El país ya no honraría las alianzas, los tratados o las tradiciones. Su política exterior ya no se guiaría por un conjunto de valores y una visión inclusiva del mundo. “America First” ha abandonado a su suerte a otras naciones, como Canadá, que cada quien se rasque con sus propias uñas.

Las críticas al historial saudita de derechos humanos no deberían ser nada nuevo para Riad. Estados Unidos las enuncia, ellos hacen oídos sordos y luego todo vuelve a la normalidad. Por eso cuando el embajador canadiense denunció la detención de una defensora de los derechos de las mujeres, en un tuit el viernes 3 de agosto, Ottawa esperaba una reacción similar.

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Pero Riad desató el equivalente diplomático de su arsenal nuclear. No solo expulsó al embajador, también suspendió el comercio e incluso trasladó a los sauditas hospitalizados en Canadá a otros países.

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El tuit solo fue una excusa. Las autoridades sauditas quieren redefinir sus relaciones con el mundo. Saben que es poco probable que Estados Unidos intervenga para defender a activistas de los derechos humanos o aliados. La reacción desproporcionada del reino manda un fuerte mensaje a otras naciones que considerarían cuestionar su conducta.

Arabia Saudita está muy consciente de que las reglas se están reescribiendo. La influencia se está redistribuyendo. Y la nación petrolera vio su oportunidad y aprovechó el momento.

Estados Unidos se ha mantenido al margen. Les dijo a ambos países que resolvieran el conflicto entre ellos. Esa jerga diplomática significa “arréglatelas solo, Canadá”.

Por orgullo y principios Ottawa podría tomar una posición y protestar contra el acoso y la conducta inapropiada. Pero en última instancia es probable que Canadá pierda esta pelea.

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Estamos entrando en una era en la que la fuerza impondrá su razón. Ninguna nación podrá realizar cambios tectónicos en el orden global, pero los sismos regulares alterarán e infligirán daño a las instituciones internacionales, así como a los ideales que estas defienden.

Canadá, Francia y, tal vez algún día de nuevo, Estados Unidos podrían hacer retroceder estas tendencias. Pueden tratar de liderar con el ejemplo, pero otros explotarán los beneficios del cambio geopolítico.

Las sanciones occidentales contra las naciones que rompen las reglas no serán lo suficientemente fuertes en el futuro. Su incentivo habrá perdido peso. Occidente simplemente no tendrá el poder de imponer su voluntad al mundo.

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Arabia Saudita, China, Rusia y otras potencias emergentes jugarán según sus propias reglas. Ofrecerán sus propios premios e impondrán sus propias sanciones. Puede que no reemplacen a un mundo dominado por Washington, pero sin duda podrán competir por influencia.

¿Qué deberían hacer líderes como el canadiense Justin Trudeau y el francés Emmanuel Macron en esta etapa?

En primer lugar deben presentar un caso mucho más convincente para nuestros valores compartidos y la visión del mundo que pueden crear.

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En segundo lugar ese caso necesita volverse mucho más pragmático. En estos días es difícil vender valores imprecisos como los derechos humanos y la democracia. En cambio deben enfocarse en el valor tangible que estos generan. Es un mundo que trajo internet, el iPhone y la próxima gran innovación que está a la vuelta de la esquina.

Por último Occidente debe pasar a la ofensiva. Pasamos demasiado tiempo reaccionando, respondiendo y reparando el daño. Es hora de que nos defendamos más agresivamente. Es hora de poner a la defensiva a quienes ponen en peligro nuestra forma de vida.

Otros países, y nuestros propios ciudadanos, dieron mucho por sentado en la era del liderazgo mundial estadounidense. Podíamos contar con que nuestros líderes hicieran lo correcto. Pero a medida que esa era llega a su fin el poder se dispersa no solo a otros países, también mengua.

Puede que el gobierno de Estados Unidos no acuda en ayuda de Canadá, pero los estadounidenses sí pueden. Individuos e instituciones pueden levantar la voz. Hemos sido testigos del increíble poder de los movimientos sociales y políticos encabezados por ciudadanos en los últimos años. Podrían movilizarse, especialmente en un tema como los derechos de las mujeres. Eso bien podría cambiar significativamente el cálculo de Arabia Saudita.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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