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OPINIÓN: Esta es la verdadera guerra de Trump... y no va nada bien

El presidente estadounidense dijo que estaba haciendo un compromiso indefinido para quedarse en Afganistán, contrario a la decisión de Obama, comenta Peter Bergen.
mar 21 agosto 2018 11:30 AM

Nota del editor: Peter Bergen es analista de seguridad nacional de CNN, vicepresidente de New America y profesor de la Universidad Estatal de Arizona. Actualmente escribe un libro sobre la toma de decisiones de la presidencia de Trump en seguridad nacional. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

(CNN) - Hace un año el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció su nueva estrategia para la guerra en Afganistán. Dijo que estaba convencido de que lo único peor de quedarse en ese país era retirarse.

Fue raro que Trump reconociera que había cambiado de opinión: "mi instinto me decía originalmente que nos retiráramos, e históricamente, le he hecho caso a mi instinto. Pero toda mi vida me han dicho que las decisiones son muy diferentes cuando estás detrás del escritorio en el Despacho Oval".

Trump dijo que estaba haciendo un compromiso indefinido para quedarse en Afganistán y que no replicaría lo que considera el error de la presidencia de Obama: retirarse prematuramente de Iraq a finales de 2011, lo que sirvió para crear un vacío que llevó al surgimiento del Estado Islámico.

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Trump agregó que no haría lo que hizo Obama: anunciar fechas de retiro mientras aumentaba la presencia de soldados en Afganistán. "De ahora en adelante, las condiciones en el terreno y no los itinerarios arbitrarios guiarán nuestra estrategia", dijo.

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Fue la decisión correcta, pero ahora, la guerra en Afganistán es de verdad la guerra de Trump. Y no va nada bien.

El investigador general especial de Estados Unidos para la reconstrucción de Afganistán determinó que a principios de 2018 el gobierno afgano controlaba más de la mitad de los distritos del país, mientras que los talibanes controlaban alrededor del 15%. El tercio restante del país estaba en disputa entre las fuerzas gubernamentales y los talibanes.

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Tras 17 años de guerra es esclarecedor que los talibanes controlen o disputen casi la mitad de los distritos del país. Este mes los talibanes emprendieron un ataque a gran escala contra la ciudad estratégica de Gazni y la controlaron durante cinco días. Gazni está en la autopista de Kabul a Kandahar, la más importante del país.

El Estado Islámico también se ha establecido en Afganistán y ahora ataca rutinariamente a la minoría chiita, como ocurrió con el ataque del miércoles 15 de agosto contra un centro educativo en Kabul, en el que murieron 34 estudiantes.

Hace un año Trump prometió que adoptaría una línea más dura contra Pakistán, vecino de Afganistán, que ha apoyado desde hace tiempo a elementos talibanes. Dijo que "ninguna alianza puede sobrevivir en un país que alberga a militantes y terroristas que tienen en la mira a los soldados y oficiales estadounidenses".

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De acuerdo con Shamila Chaudhari, investigadora del centro de estudios New America, quien trabajó como directora del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos en Pakistán durante la presidencia de Obama, "la medida principal que Trump ha tomado en su esfuerzo por endurecer su postura ante Pakistán fue recortar la mayor parte de la asistencia de seguridad de Estados Unidos a principios de este año. Habiendo dicho eso los niveles de asistencia de seguridad habían estado bajando desde la presidencia de Obama".

Hasta ahora no había muchas pruebas de que Estados Unidos estuviera endureciendo su postura ante Pakistán, lo que consistiría en sancionar a oficiales pakistaníes determinados o incluso designarlo Estado promotor del terrorismo.

La razón es muy simple: Afganistán es un país sin salida al mar, rodeado de países que no tienen buena disposición hacia Estados Unidos como Irán, algunas exrepúblicas soviéticas que siguen alineadas con Rusia, y China. Eso deja a Pakistán como el único aliado un tanto confiable, lo que significa que para reabastecer a los 15 mil soldados estadounidenses que quedan en Afganistán, se necesitan las carreteras y el espacio aéreo pakistaní.

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Si la presencia estadounidense sigue siendo sustancial en Afganistán, Pakistán será un aliado necesario. Michael Kugelman, experto en Pakistán del Wilson Center, observó: "El principal temor de Estados Unidos ha sido que Pakistán cierre las rutas de suministro de la OTAN en su suelo".

Estados Unidos envió a algunos de sus líderes militares más capaces para supervisar la guerra en Afganistán, como los generales Stanley McChrystal y David Petraeus. El teniente general Scott Miller, encargado del Comando Conjunto de Operaciones Especiales, quien supervisa las operaciones de las fuerzas especiales estadounidenses, pronto tomará la batuta en Afganistán en sustitución del igualmente capaz John Mick Nicholson, de quien se dice que ha pasado más tiempo en Afganistán que cualquier otro oficial militar estadounidense.

Es poco probable que la guerra en Afganistán se gane en el campo de batalla. Nadie ha derrotado a los talibanes en 17 años pese a la gran presión, incluido el "incremento" de tropas en Afganistán que ordenó Obama en su primer mandato. En los primeros años del primer mandato de Obama, había alrededor de 100 mil soldados en el país y no derrotaron a los talibanes. Hoy, hay alrededor de 15 mil.

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Se reportó que hasta julio de este año el gobierno de Trump había estado hablando directamente con los talibanes, aparentemente porque se entiende que el éxito decisivo en el campo de batalla seguirá eludiéndolos. Estas negociaciones se han llevado a cabo sin la presencia de representantes del gobierno afgano, cosa que los talibanes han exigido desde hace mucho: hablar directamente con el gobierno estadounidense.

Hay muy poco que perder con estas negociaciones; aunque no rindan frutos, permiten que Estados Unidos recabe información sobre los talibanes e incluso que abra brechas entre los moderados y los duros del movimiento.

Habiendo dicho lo anterior no se debería esperar mucho de estas negociaciones; los talibanes difícilmente se rendirán ahora que les está yendo relativamente bien en el campo de batalla y que no han articulado una visión concreta de lo que quieren para Afganistán, más allá de la expulsión de los soldados extranjeros.

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El domingo 19 de agosto el presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, anunció un cese al fuego para conmemorar la fiesta musulmana de Aíd al Adha, una tregua de varios días a la que los talibanes accedieron provisionalmente. El gobierno de Ghani espera que el alto al fuego dure al menos tres meses.

Esto nos lleva a lo político. En 2019 se volverán a celebrar elecciones presidenciales en Afganistán. Las dos anteriores fueron un fiasco, con innumerables acusaciones creíbles de fraude de parte de todos los involucrados. Esto no puede volver a ocurrir, ya que una elección presidencial sumamente deficiente daña la credibilidad de todas las instituciones afganas.

El gobierno de Trump debería dejarles bien en claro a todos los actores políticos clave de Afganistán que no tolerará otra elección presidencial fallida y que ello tendría como consecuencia la cancelación de cualquier apoyo estadounidense a aquel país.

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De igual forma, el gobierno estadounidense y sus aliados de la OTAN deben hacer un gran esfuerzo para garantizar que las elecciones sean lo suficientemente libres y justas como para que surja un gobierno afgano creíble en 2019.

Sin eso, cualquier otra cosa que Estados Unidos haga en Afganistán será, mayormente, una pérdida de tiempo.

Consulta más información sobre este y otros temas en el canal Opinión

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