Pese a que uno de los testigos clave les pidió que no reciclaran propaganda rusa —la ex directora de políticas relativas a Rusia del Consejo de Seguridad Nacional, Fiona Hill —, varios republicanos prominentes destacaron las teorías de que Ucrania había interferido en las elecciones de 2016 para perjudicar a Trump.
Aunque varios funcionarios ucranianos criticaron a Trump, no hay pruebas de que Ucrania haya participado en algo como la operación masiva de inteligencia y desinformación rusa que, de acuerdo con los servicios de espionaje estadounidenses, estuvo pensada para ayudarle a Trump a ganar la presidencia.
Los republicanos también acusaron a los demócratas de no conseguir las declaraciones de testigos clave aunque Trump les prohibió a algunos funcionarios, como el ex asesor de seguridad nacional, John Bolton, y el mismo Mulvaney, que se presentaran con el argumento de que tenían inmunidad general.
Los demócratas declinaron ir a juicio para obligarlos a declarar porque esa acción judicial podría tomar muchos meses y Trump representaba un peligro "claro e inminente" para la seguridad de Estados Unidos y las elecciones de 2020.
Con el apoyo de la maquinaria propagandística de la prensa de derecha, los republicanos también han argumentado que el abuso de poder no es un delito específico y que, por lo tanto, no es causal de destitución. Argumentan que Trump le pidió a Zelenski, en la famosa llamada, que "nos" hiciera un favor, refiriéndose a Estados Unidos, no buscando un beneficio personal. Sin embargo, no han explicado cómo serviría a los intereses de Estados Unidos la investigación sobre la teoría conspiratoria de la interferencia electoral de 2016 o sobre alguno de sus oponentes políticos.
El que Trump se niegue a reconocer ninguna transgresión ha privado a los republicanos de la defensa política que salvó a Bill Clinton hace 20 años: que sus actos fueron lamentables, pero que no llegan al grado de la destitución.
Eso podría causarles problemas a los senadores republicanos de estados indecisos en la contienda electoral de 2020. Sin embargo, el apoyo concertado del Partido Republicano a Trump también demuestra que el presidente de Estados Unidos tiene un control notable sobre un partido al que transformó a su propia imagen nacionalista.